En los últimos
meses el término populismo ha sido
utilizado hasta la saciedad por la prensa general. Aplicado, además, a
situaciones muy diversas: desde la campaña de Trump hasta las credenciales de
los partidos de ultraderecha europeos; desde las democracias populares del
Caribe hasta la performance de Berlusconi, sin olvidar el Brexit británico. La
situación común es la de oponer la visión de los sectores de la ciudadanía sin
una participación directa en el poder, que ha resultado, por su parte, corrompido
por las élites, con la visión oficialista-tecnócrata de tales élites. Esto ya
sucedía en época de Julio César y de Augusto, quienes ya usaban referéndums
directos con el fin de eludir el control del Senado. Las consecuencias del
populismo, sin embargo, están en la mayoría de los casos muy alejadas de sus
presupuestos, y eventualmente se acaba otorgando el poder de las minorías
corrompidas a otras minorías –minorías de facto, aunque aparentemente se trate
de amplios sectores- que todavía acaban más corrompidas, cuando no acaban
sumiendo las estructuras del estado en un caos o una guerra. Podemos
preguntarnos si las consecuencias directas del populismo son las que acabo de
enumerar. Creo que la historia es mucho más compleja que eso y no podemos
desglosar de forma analítica elementos aislados para explicar el todo, o las
causas y consecuencias que están, evidentemente, continuamente embucladas y
llenas de remolinos. En todo caso podemos decir que la aparición de los
populismos por doquier corrobora el momento de crisis general –no sólo
económica, que es la única que tratan populistas y no-populistas-, igual que la
presencia de buitres indica la presencia de cadáveres, aunque no hayan sido
generados por ellos. Toda crisis comporta cambio y evolución, pero es muy
diferente estudiar de forma objetiva un período histórico ya pasado que tener
que vivirlo de forma subjetiva en el presente. Cuando miramos hacia un período
pasado lo hacemos de forma hermenéutica, es decir, teniendo en cuenta el
horizonte cognitivo de tal época y el que utilizamos nosotros desde nuestra
observación. Durante una crisis el horizonte cognitivo varía a marchas forzadas
y se hace extremadamente difícil elaborar una metavisión que acompañe el
proceso de cambio. Es por eso que durante tales períodos la ciudadanía se deja
llevar fácilmente por sus emociones más primarias: el miedo, la primera de
ellas.
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