Acabo de leer “La realidad no es lo
que parece” del físico Carlo Rovelli. Tras un inicio con algún apunte un poco
tendencioso y lugar común en el mundo científico (“Anaximandro fue un gran
visionario de la ciencia y, de haber prevalecido sus ideas sobre las de Platón
y Aristóteles, se habrían adelantado siglos en la construcción de la ciencia”)
o algunas confusiones en lo que al término realidad
se refiere, el libro resulta de lectura agradable y enriquecedora. El autor en
seguida coloca a Platón y Aristóteles en su lugar natural –no sé hasta qué
punto reconoce la impronta que Platón sigue teniendo en los físicos actuales- y
se embarca en la en cierto modo apasionante aventura de resumir la historia de
la consideración de las piezas fundamentales del cosmos por parte de los
modelos de Newton, Faraday/Maxwell, Einstein 1905, Einstein 1915, mecánica
cuántica y gravedad cuántica (el supuesto modelo unificador de las mecánicas
cuántica y relativista). Si la relatividad restringida hacía del espacio y del
tiempo percepciones que dependían del estado del observador y la relatividad
general las relacionaba con la materia y la energía, el modelo de gravedad
cuántica, recogiendo las semillas de la relatividad y de la mecánica cuántica, hace
a espacio y tiempo meras consecuencias de los campos cuánticos. Es decir,
relega la percepción espacio-temporal a una pura ilusión. Lo apasionante de la
sucesión de modelos en el mundo de la ciencia es que éstos, de manera
progresiva, hagan del modelo anterior un subconjunto del modelo presente. De
todos modos, la actual convivencia de otros modelos hace que el mundo de la
investigación científica no sea tan ajeno a la post-modernidad como a veces
quiere creer. Aunque el autor muestra que sus planteamientos incluyen una
variedad de campos y –como buen físico cuántico- exhibe posiciones filosóficas
antirealistas, echo en falta nociones elementales de complejidad y, aun más
grave, observo muchas falacias cognitivas cuando confronta visiones con
encuadres absolutamente distintos bajo la excusa de que “la ciencia abarca toda
realidad”. Rovelli, como Demócrito, admite que el mundo está constituído por
cosas que se suman y se promedian y que nuestros sentidos perciben tales
promedios. Y pone, como Demócrito, el ejemplo de las letras y las palabras. Una
vez más respondo que las frases y las palabras están construídas con letras,
pero que lo que dicen las frases no está en las letras. En este caso,
obviamente, porque las letras no precedieron a las palabras. Pero los sistemas
químicos sí que precedieron a los biológicos y la vida emergió de la
complejidad de los sistemas químicos. Una última reflexión: me pregunto cómo
explicar a personajes que aún creen que la Tierra es plana que nos movemos ya
más allá de la tetradimensionalidad.
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lunes, 8 de mayo de 2017
martes, 2 de mayo de 2017
Simplificaciones
El incierto resultado de las
inminentes elecciones en Francia es un tema que da mucho para reflexionar sobre
nuestro momento histórico, diminuto y miserable, pero cargado de significación.
El pasado sábado el venerable Edgar Morin exponia en Le Monde la complejidad de la situación (él; ¡el mismísimo maestro
de la complejidad!). Lo que está puesto en Francia encima del tablero no es
aparentemente la Republique frente al
totalitarismo, o Marianne contra Marine (que en el fondo también lo es,
evidentemente) sino los aspectos más sucios y descarnados de la globalización y
el escándalo financiero frente a unos supuestos valores eternos teñidos de
nacionalismo excluyente, populismo neofascista y otros viejos conocidos. Hace
tiempo que la dialéctica derecha-izquierda política está bastante desdibujada.
La izquierda ha hecho suyas las reivindicaciones de sostenibilidad y contención,
que en principio parecen opuestas al alegre programa de crecimiento perpetuo de
la derecha (sabemos que el capitalismo, promesa eterna de crecimiento, se
desmorona cuando no crece ya que es entonces cuando salen a la superficie las
triquiñuelas y promesas incumplidas). Aun así, conviene puntualizar que el
progreso no está reñido con la sostenibilidad y que la globalización no está
reñida con la honestidad. En nuestra pobre época, si hay alguna crisis que
orquesta y consteliza toda actividad es la crisis de valores. Hoy mismo he
leído una entrevista con una 'emprendedora' que después de fracasar con su
primera empresa, había logrado vender sus segunda y tercera empresa por una
cantidad que le permitía vivir sin trabajar. ¿No chirría el propio término emprendedora con esta actitud? Y es esta
y no otra la promesa del nacionalismo populista de ultraderecha. Y la crisis de
valores, no nos engañemos, afecta a absolutamente todos los partidos del espectro político.
Esto es lo que buena parte de los actuales votantes de la xenofobia y la
anti-globalización no ven. La situación es más compleja y radical que la que se
vivió en el período de entreguerras –aunque los espectors del pasado asustan,
la verdad-. El caso de Francia, además, es siempre ejemplar. La ciencia, el
arte y la política francesas han estado siempre cargadas de una literatura que,
de alguna manera, se ha llegado a erigir como modelo. Ortega y Gasset dice que
Francia es una nación profunda porque en ella los opuestos conviven de forma armoniosa y normalizada fortificando así la estructura social, al revés de lo que sucede en España.
Será esta profundidad suficientemente compleja (en términos de Morin) para
sostener, sea quien sea, al futuro presidente de la Republique?
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