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lunes, 8 de mayo de 2017

Realidad(es)


                 Acabo de leer “La realidad no es lo que parece” del físico Carlo Rovelli. Tras un inicio con algún apunte un poco tendencioso y lugar común en el mundo científico (“Anaximandro fue un gran visionario de la ciencia y, de haber prevalecido sus ideas sobre las de Platón y Aristóteles, se habrían adelantado siglos en la construcción de la ciencia”) o algunas confusiones en lo que al término realidad se refiere, el libro resulta de lectura agradable y enriquecedora. El autor en seguida coloca a Platón y Aristóteles en su lugar natural –no sé hasta qué punto reconoce la impronta que Platón sigue teniendo en los físicos actuales- y se embarca en la en cierto modo apasionante aventura de resumir la historia de la consideración de las piezas fundamentales del cosmos por parte de los modelos de Newton, Faraday/Maxwell, Einstein 1905, Einstein 1915, mecánica cuántica y gravedad cuántica (el supuesto modelo unificador de las mecánicas cuántica y relativista). Si la relatividad restringida hacía del espacio y del tiempo percepciones que dependían del estado del observador y la relatividad general las relacionaba con la materia y la energía, el modelo de gravedad cuántica, recogiendo las semillas de la relatividad y de la mecánica cuántica, hace a espacio y tiempo meras consecuencias de los campos cuánticos. Es decir, relega la percepción espacio-temporal a una pura ilusión. Lo apasionante de la sucesión de modelos en el mundo de la ciencia es que éstos, de manera progresiva, hagan del modelo anterior un subconjunto del modelo presente. De todos modos, la actual convivencia de otros modelos hace que el mundo de la investigación científica no sea tan ajeno a la post-modernidad como a veces quiere creer. Aunque el autor muestra que sus planteamientos incluyen una variedad de campos y –como buen físico cuántico- exhibe posiciones filosóficas antirealistas, echo en falta nociones elementales de complejidad y, aun más grave, observo muchas falacias cognitivas cuando confronta visiones con encuadres absolutamente distintos bajo la excusa de que “la ciencia abarca toda realidad”. Rovelli, como Demócrito, admite que el mundo está constituído por cosas que se suman y se promedian y que nuestros sentidos perciben tales promedios. Y pone, como Demócrito, el ejemplo de las letras y las palabras. Una vez más respondo que las frases y las palabras están construídas con letras, pero que lo que dicen las frases no está en las letras. En este caso, obviamente, porque las letras no precedieron a las palabras. Pero los sistemas químicos sí que precedieron a los biológicos y la vida emergió de la complejidad de los sistemas químicos. Una última reflexión: me pregunto cómo explicar a personajes que aún creen que la Tierra es plana que nos movemos ya más allá de la tetradimensionalidad.

martes, 2 de mayo de 2017

Simplificaciones


     El incierto resultado de las inminentes elecciones en Francia es un tema que da mucho para reflexionar sobre nuestro momento histórico, diminuto y miserable, pero cargado de significación. El pasado sábado el venerable Edgar Morin exponia en Le Monde la complejidad de la situación (él; ¡el mismísimo maestro de la complejidad!). Lo que está puesto en Francia encima del tablero no es aparentemente la Republique frente al totalitarismo, o Marianne contra Marine (que en el fondo también lo es, evidentemente) sino los aspectos más sucios y descarnados de la globalización y el escándalo financiero frente a unos supuestos valores eternos teñidos de nacionalismo excluyente, populismo neofascista y otros viejos conocidos. Hace tiempo que la dialéctica derecha-izquierda política está bastante desdibujada. La izquierda ha hecho suyas las reivindicaciones de sostenibilidad y contención, que en principio parecen opuestas al alegre programa de crecimiento perpetuo de la derecha (sabemos que el capitalismo, promesa eterna de crecimiento, se desmorona cuando no crece ya que es entonces cuando salen a la superficie las triquiñuelas y promesas incumplidas). Aun así, conviene puntualizar que el progreso no está reñido con la sostenibilidad y que la globalización no está reñida con la honestidad. En nuestra pobre época, si hay alguna crisis que orquesta y consteliza toda actividad es la crisis de valores. Hoy mismo he leído una entrevista con una 'emprendedora' que después de fracasar con su primera empresa, había logrado vender sus segunda y tercera empresa por una cantidad que le permitía vivir sin trabajar. ¿No chirría el propio término emprendedora con esta actitud? Y es esta y no otra la promesa del nacionalismo populista de ultraderecha. Y la crisis de valores, no nos engañemos, afecta a absolutamente todos los partidos del espectro político. Esto es lo que buena parte de los actuales votantes de la xenofobia y la anti-globalización no ven. La situación es más compleja y radical que la que se vivió en el período de entreguerras –aunque los espectors del pasado asustan, la verdad-. El caso de Francia, además, es siempre ejemplar. La ciencia, el arte y la política francesas han estado siempre cargadas de una literatura que, de alguna manera, se ha llegado a erigir como modelo. Ortega y Gasset dice que Francia es una nación profunda porque en ella los opuestos conviven de forma armoniosa y normalizada fortificando así la estructura social, al revés de lo que sucede en España. Será esta profundidad suficientemente compleja (en términos de Morin) para sostener, sea quien sea, al futuro presidente de la Republique?