La
religión y la política son dos temas que se suelen excluir, de forma tácita o
abiertamente pactada, de las conversaciones. Por mor de respeto a la
sensibilidad del prójimo o para evitar estériles enfrentamientos. ¿Por qué
precisamente estos dos temas? Sencillo. Porque constelizan toda una serie de
contenidos emocionales difícilmente controlables. He dicho alguna vez que las
emociones son el motor que tira de un carro que debe estar conducido por un
cochero -la razón- el cual debe a su vez seguir una ruta que puede también ir
variando en virtud de los acontecimientos. En este blog rara vez he expuesto
temas abiertamente políticos. Quizá porque me ha interesado más el trasfondo
psicológico, sociológico o ético de tales cuestiones o simplemente porque he
pretendido atacar cuestiones más puramente relacionadas con la propia
naturaleza humana. Aunque reconozco mi gusto por los escritos concentrados,
breves, que intentan despertar zonas de pensamiento que el lector suele ignorar
cotidianamente, también confieso mi disgusto hacia las frases simples,
descontextualizadas y triperas que algunas redes sociales -todos saben de qué
hablo- exhiben impúdicamente como estandarte de gente con poca imaginación y un
muy limitado conocimiento de la complejidad del mundo -políticos incluídos-. Estas
frases se corresponderían con los animales de tiro de que hablaba anteriormente
que súbitamente se acabaran de liberar del cochero. Los acontecimientos
actuales en Catalunya hacen que deba dedicar una entrada a un tema político. Advierto
de entrada que no voy a tomar partido por ninguna de las opciones que aparentemente
se nos presentan como únicas y antagónicas. Voto en blanco porque no me
identifico plenamente con ninguna de ellas. Después de todo, identificarse más
con una de ellas es una opción personal que en gran parte tampoco elegimos. Por
mucho que ambas partes contendientes adornen con muchos argumentos racionales
su postura hay una parte primordial de creencia
-palabra hoy en dia desacreditada pero muy útil en psicología- que exige respeto por parte de la facción
contraria. Ambas posturas se han autoentronizado como la opción única posible y se han dedicado a demonizar a su rival
utilizando muchos argumentos que en realidad ocultan aquella estructura
cognitiva -creencia- que todos tratan de ignorar. A partir de aquí, y mediante
el uso más perverso del tertio excluso
aristotélico (“si no estás conmigo estás contra mi”;”la acción vil que
descalifica a una de las partes legitimiza a la otra parte”) se ha llegado a un
callejón sin salida en que la gente madura se debe de sentar a pactar. Pactar
para ceder, naturalmente. Si no es así malament anem.
2 comentarios:
Fratello,
por lo que leo sobre el espinoso tema, a mi me parece que más que "pactar para ceder" lo que es necesario en primer lugar es "ceder para pactar". Y la primera cesión consiste en considerar a tu oponente como a un igual, cosa que no sucede por parte del gobierno central, quienes creen que la Generalitat son una panda de bucaneros que se han tomado la ley por su cuenta y riesgo. Es en este preciso momento cuando la parte catalana podría dar un golpe de efecto y ceder en alguna de sus pretensiones, obligando así al interlocutor a entrar en el diálogo que todos anhelamos. Sin embargo, de momento ni por ésas. Lo cual descalifica a ambas partes y exige nuevos representantes políticos para desencallar la partida. Por lo tanto, a mi modo de ver, nuevas elecciones generales en España y nuevas elecciones autonómicas en Catalunya, a ver si así se despeja la incógnita de nuestro futuro. En ajedrez, cuando se llega a las tablas por jaque contínuo, se vuelven a poner los trebejos sobre el tablero y se inicia una nueva partida, la única forma de saber cuál es el campeón. Como bien dices, "si no es así, malament anem".
fp
Fratello,
Desde que escribí el post han pasadp 10 días y la situación no hace más que complicarse. Exijamos, como los sabios ajedrecistas, una nueva partida. Si no .... malament acabarem...
fp
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