-¿Por qué crees tú, Persexides, que
los humanos se sienten tan atraídos por todo aquello que, por otra parte,
consideran más bien poco ejemplar, por no decir francamente pernicioso?
-Buena pregunta, ¡oh sagaz Taquifilaxo! Para
establecer una respuesta satisfactoria que se adecue honorablemente a tus
inquietudes debemos, empero, establecer unos marcos previos que delimiten
nuestras perspectivas.
-Dices bien, Persexides amado.
-Debemos, en primer lugar y con
urgencia, definir los términos 'poco ejemplar' y 'pernicioso'. Podemos
convenir, por simplificar, que representan cualidades ambas que nos aparecen
como negativas. ¿Por qué nos aparecen así? Diría que reflejan en nuestra alma
aquello que se opone a la cualidad natural de Bueno, como un orangután refleja
lo que se opone a la cualidad de Bello o las palabras de algunas mujeres se
oponen a lo que entendemos por Verdadero. ¿No es así, o buen Taquifilaxo, como
el alma refleja de manera clara la naturaleza de las cosas?
-No podrías hablar mejor y más claro, gentil
Persexides. Prosigue ya sin dilaciones con tu acertada disquisición.
-Si el reflejo en el alma de aquello
que nos parece poco ejemplar o francamente pernicioso se opone a lo Bueno y a
pesar de ello nos seguimos sintiendo atraídos hacia ello, se deduce que nuestra
atracción ya no sigue el reflejo de lo Bueno sino que viene mediada por una
falta de conciencia que es como una niebla que provoca una desorientación en
nuestro entendimiento.
-¿Y cual sería entonces, ponderado Persexides,
el origen de tal niebla?
-La niebla nos recuerda, amigo Taquifilaxo,
que nuestra naturaleza es francamente terrenal y que debemos recorrer un largo
y en ocasiones penoso camino de purificación hasta lograr la plena conciencia
de nuestros errores y limitaciones. Hubo una época en que los dioses poblaban
algunas zonas de la Tierra y por aquel entonces todo estaba claro y no había
lugar para dudas. Hoy en día los dioses se han retirado a sus aposentos del
Olimpo y su influencia sobre los humanos se lleva a cabo de modo caprichoso y
aleatorio, ya que siguen conservando su dignidad y potestad.
-Pero tal dignidad caprichosa ya no se
correspondería con su naturaleza divina ¿no es así sagaz Persexides?
-En efecto, recto Taquifilaxo. Antes
de que los humanos hayan podido siquiera acercarse a su necesaria purificación,
los dioses del Olimpo se han humanizado.
-¿Estamos, pues, del todo desamparados
de los recursos de la divinidad, consejero Persexides?
-Así es, buen amigo Taquifilaxo. Estos
pobres dioses nuestros del Olimpo han perecido ya en nuestra conciencia, y
hasta que una nueva época, un nuevo paradigma y unas nuevas creencias no
conciban unas nuevas deidades no podremos afirmar con conocimiento de causa que
las cosas vuelvan a estar claras en nuestra conciencia.
-¿Afirmas con eso, singular
Persexides, que nuestra conciencia depende de nuestros dioses?
-Más bien que nuestros dioses dependen
de nuestra conciencia, Taquifilaxo amado. Cuando nuestra conciencia recupere su
límpido rostro capaz de reflejar de nuevo la naturaleza verdadera de las cosas
seremos capaces de volver a establecer un marco que ordene y oriente
adecuadamente nuestras perspectivas.
-¿Seremos capaces entonces de responder
a mi pregunta original?
-A pesar de que nuestra conciencia
renovada será entonces capaz de detectar más finamente las máculas en el
reflejo de lo Bueno me temo que la pregunta seguirá activa y abierta. Debo
reconocer, Taquifilaxo, que este vino que tan dedicadamente producen tus viñas
no hace más que mejorar, si cabe aun, cada año que pasa…
-Bebamos, pues, ¡oh Persexides! a la
salud de los humanos y sus locuras
-Bebamos, pues.