El cambio fundamental que se ha
gestado a lo largo del S XX atañe a los fundamentos del pensamiento (ergo; de
cualquier estructura generadora de conocimiento, arte incluído) occidental.
Estos fundamentos son los que representa la constelación Parménides-Platón-Aristóteles
y se basan en la supuesta pre-existencia de unas entidades ajenas a nuestro
pensamiento a las que podemos acceder (a base de razonamiento y experiencia; de
acuerdo con Descartes o Hume). Durante la Edad Media se fueron consolidando las
características y diferentes matices de los diferentes autores de la
constelación clásica. La filosofía moderna actualizó la clásica pero abrió un
espacio a la auto-reflexión o incluso a la revisión y así llegó a preguntarse
por la misma posibilidad y los mecanismos del pensamiento, aunque sin llegar a
dudar sobre la preexistencia de los fundamentos. La filosofía de Hegel abre una
ventana al respecto sugiriendo que tales entidades se actualizan encontrándose
a sí mismas a través de un proceso de evolución que tiene lugar en el tiempo.
Es decir que puntualiza la existencia a-temporal ya que el propio Espíritu debe
de encontrarse a sí mismo a través de una realización. Filósofos posteriores
como Nieztsche, Heidegger, Rorty y tantos otros han incidido con fuerza
creciente en esta cuestión. Se me ocurre ilustrar esta explicación con un
ejemplo histórico. A lo largo de la historia de la ciencia moderna en algunas
ocasiones se ha considerado que la luz posee una naturaleza ondulatoria y en
otras que posee una naturaleza corpuscular. Hace cien años se consideró que la
luz poseía ambas naturalezas simultáneamente y que exhibía una u otra
dependiendo del origen de nuestra pregunta al respecto. La salida del
dilema es sencilla: las naturalezas llamadas ondulatoria o corpuscular son
dualidades o clasificaciones intramentales que existen en la medida en que las
definimos y utilizamos pero de ninguna manera son descripciones “duras” de la
naturaleza del mundo. Es por eso que estas categorías y dualidades desaparecen:
porque simplemente dependen de nuestras construcciones que también evolucionan.
La evolución del pensamiento, conocimiento y realizaciones en el tiempo tiene
lugar de forma necesariamente conjunta. Si el primer punto se queda estancado y
reposa en un numeroso conjunto de racionalizaciones fijas el camino evolutivo
se empieza a curvar hasta llegar a cerrarse sobre sí mismo formando una esfera
que provoca un estancamiento. La traslación que implica la evolución se
transforma entonces en un eterno girar aprisionado alrededor de la superficie
interna de tal esfera. Esta es precisamente la situación que hemos bautizado
como Postmodernidad. Todo esto no equivale a decir que la Naturaleza sea
inescrutable. Equivale a decir que nuestra posición de observadores fijos no
existe. Krishnamurti lo resume así: “La realidad no es una cosa que se pueda conocer con la mente, porque la mente es precisamente el resultado de lo que se conoce”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario