Estoy acabando de leer la obra póstuma de Wittgenstein Investigaciones Filosóficas (y creo haber entendido mínimamente
hasta un 15% de su contenido, ¡cosa que supera mis expectativas iniciales!). El
interés de la obra reside en sus aspectos seminales respecto a toda una
evolución posterior hacia una filosofía que no se basa en la asunción de
realidades pre-mentales que son finalmente alcanzadas por la mente sino basada,
por el contrario, en la idea de que es precisamente la mente la que crea tales
realidades. Concretamente, según Wittgenstein, a través del lenguaje, que no
describe así casos externos a él sino que crea los casos a través de sus
infinitos juegos. Si el giro copernicano de Kant representaba un
descentramiento que cambiaba el punto de vista anterior que hacía girar al
sujeto alrededor del mundo hacia la situación contraria en la que el mundo gira
alrededor del sujeto, el giro wittgensteiniano hace que el conocimiento del
mundo sea generado por el propio sujeto. El alejamiento del positivismo lógico,
al que el propio Wittgentein había contribuido muy significativamente al
principio de su carrera, no puede ser mayor. Es por ello que uno de los
principales mentores de Wittgenstein en Gran Bretaña, Bertrand Russell (quien
contribuyó decisivamente a la incorporación del austríaco a la Universidad de
Cambridge) dijo no reconocer ningún tipo de substancia en este libro. Russell
pertenece a una larga estirpe de naturalistas británicos –de los cuales Stephen
Hawking y Richard Dawkins son algunos de sus más recientes representantes-
incapaces de concebir ningún trasunto científico fuera del positivismo,
equiparando de esta manera “conocimiento positivo” (así, à la Compte) con “Ciencia
Verdadera”. De acuerdo con la apreciación de este grupo, las ciencias de la
naturaleza generan sus constructos de forma absolutamente objetiva,
independientemente de narrativas y metaespacios. La base misma para rebatir
esta afirmación es que los espacios de "ignorancia" y de
"conocimiento" son metaespacios variables que se van modificando -de
forma realmente cualitativa- en el tiempo. Un poco como la historia, que se
está reescribiendo constantemente en función del presente, por mucho que
describa hechos que se sitúan en el pasado -de forma paralela, las ciencias de
la naturaleza tratan sobre hechos que se sitúan fuera de nuestra mente-. Y este
reescribir -construir nuevos metaespacios- depende absolutamente de un
lenguaje, que elabora sus propias narrativas. Es precisamente el lenguaje (los
"juegos del lenguaje" wittgensteinianos) el que, bien lejos de
describir objetivamente fundamentos últimos preestablecidos, crea las
narrativas que se corresponden con nuestros constructos. Los
"fundamentos" resultantes serán, por tanto, siempre, fluidos. Podemos
entonces volver a formularnos la eterna pregunta: ¿es nuestro conocimiento
científico acumulativo? o bien a la no menos recurrente: ¿se basa la evolución
del conocimiento en conocimientos previos? La respuesta a ambas cuestiones es:
sí y no. Porque cada nueva formulación de un paradigma científico, al igual que
cada nueva obra artística “revolucionaria” supone un nuevo
modo-de-estar-en-el-mundo.
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sábado, 23 de noviembre de 2019
viernes, 15 de noviembre de 2019
Crisis
De un tiempo a esta parte los que ya llevamos determinado tiempo en este
mundo podemos observar que la historia parece acelerarse y penetrar en un
torbellino que puede conducir a la humanidad hacia un nuevo desastre. Cuando
analizamos la naturaleza de esta dinámica rápidamente nos percatamos que se
trata de un sistema complejo lleno de bucles y remolinos y resultaría de una
simplicidad infantil tratar de buscar las “causas directas” de tal situación.
Cualquier causa directa identificada, siendo convenientemente analizada nos
generaría un bucle que, aisladamente considerado, no nos serviría para explicar
la situación. Los auges de los populismos, los nacionalismos, la xenofobia, el
racismo, el sexismo, las ofertas de ultra-derecha… cada cual con sus características
y circunstancias locales tienen una fuente común que se puede resumir con la
palabra ‘malestar’. Este malestar resulta muy difuso, a pesar de los factores
objetivos con que podemos ilustrar este discurso. Es cierto que cada día crecen
las desigualdades sociales, es cierto que cada día crece la violencia
doméstica, es cierto que cada día crece la intolerancia, pero también es cierto
que en Occidente seguimos viviendo en una situación de prosperidad (a costa de
otras sociedades, bien seguro) y que poseemos una conciencia ecológica, de
igualdad de género, de respeto hacia la alteridad como nunca vistas hasta
ahora. ¿Cuál es entonces la causa profunda de tal malestar? ¿Hemos alcanzado un
nuevo grado de conciencia que nos impide ser felices delante de tanta miseria moral?
¿Somos víctimas de inacabables deseos de posesión generados por intereses
crematísticos que se extienden alrededor nuestro en forma de espiral? ¿Somos
víctimas de la inestabilidad y los rápidos cambios que tienen lugar en nuestro
alrededor y no somos capaces de asumir? A buen seguro que necesitamos una
reflexión transdisciplinaria profunda que nos adecue mentalmente a las realidades
de nuestro presente. Seguimos creyendo que “la realidad” es algo externo a
nosotros y esta es precisamente la causa de que tal ‘realidad’ esté ahora
estancada y a punto de explotar ante nuestras cargadas narices. La vía del
conocimiento, de la reflexión, del intento de entender donde estamos, de la
renovación, del auto-descubrimiento, es la única que nos puede salvar del
desastre individual. El desastre colectivo es otro tema…
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