Los que hemos tenido la
suerte, durante las horas punta de la pandemia, de no haber tenido que pasar
por un ERTE y poco a poco nos vamos reincorporando físicamente a nuestros
puestos de trabajo nos vemos ubicados –tal como presagiaba hace un par de
posts- en un mundo nuevo en donde la despersonalización ha ganado
definitivamente terreno. La misma tecnología que nos ha ayudado a poder superar
el aislamiento físico (me doy cuenta de que durante estos dos meses he hablado
desde casa con gente en Boston, San Francisco, Göteborg, Basilea y Wuhan –nada
que ver con el dichoso virus-) nos está ayudando ahora a aislarnos dentro de
nuestro entorno más próximo. El acercamiento general que hace de la Tierra la famosa
aldea global de la que se habla desde hace años está conllevando, irónicamente,
un alejamiento de nuestro prójimo más cercano físicamente. Almuerzo a tres metros
de distancia de mis vecinos más próximos. Ninguna conversación –sólo algún
intercambio de cortesía que no necesite demasiada intimidad ni explicaciones-.
Las reuniones con gente que está físicamente a menos de cien metros se hacen
por medios informáticos, tal como venía haciendo con Boston. Todo,
evidentemente, por mor de la seguridad y la higiene. Los supervivientes de
Auschwitz y Mauthausen explicaron que lo más terrible que sucedió en tales
terroríficos lugares no era tanto la tortura y el asesinato como la
despersonalización. Los prisioneros eran tratados como números, no como
personas, lo cual iba haciendo mella en los espíritus hasta deshilacharlos.
Nuestra sociedad cada vez va más en esa dirección. Todo se hace en nombre de
unas pétreas y optimizadas normas, en muchos casos ‘científicamente’ apoyadas,
y la gente se involucra menos y menos hasta parapetarse y desaparecer tras
dichas normas. El filósofo y músico Th. Adorno una vez más se equivocó cuando
dijo que “después de Auschwitz el valor de la música ha quedado en entredicho”.
Precisamente los supervivientes también explicaron que la música –el Arte-
parecía lo único capaz de revertir la despersonalización en medio de la
catástrofe. Lo que la redes sociales iniciaron mayoritariamente desde el entorno del ocio ha llegado ahora a los entornos laborales.
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