Estoy
leyendo ‘Postmodernismo musical, escucha postmoderna’, el libro póstumo (2019)
del estudioso de la música Jonathan Kramer, fallecido en 2004. Kramer define
muy bien -operativamente, eso si- la indefinible constelación postmoderna,
asumiendo que no se trata de una época que sigue a la Modernidad, sino una
actitud del oyente cuyo origen se puede rastrear cien años para atrás en la
historia. El concepto de la Modernidad que usa el libro, sin embargo, no se corresponde
con el de la Edad Moderna, tal como se tiende cada vez más, sino con el de los
primeros dos tercios del S XX. El autor lo clarifica apuntando que en el libro
no se habla de Postmodernidad sino de Postmodernismo, entendiendo por ‘Modernismo’
la obra de los autores del S XX que derivó en las vanguardias. Quizá en 2004 todavía
se podía tener esta perspectiva diferenciada, pero a la vuelta de la tercera
década del S XXI no veo demasiado el punto de tal delimitación. Quizás los autores
que Kramer considera formando parte de la legión de los ‘modernistas’ no sea
más, a la postre, que el último ramillete de autores de la Modernidad. Entre las abundantes citas de autores versando
sobre la postmodernidad aparecen, incluso, las de U. Eco, quien concebía postmodernidades
en todas las épocas como simple fruto del cansancio y evolución histórica (así,
Beethoven constituiría una especie de postrmodernidad de Mozart, lo que no deja
de ser tremendamente confuso). Kramer dedica también secciones enteras del
libro al tema de la temporalidad musical (tema que demostró dominar con su
espectacular ‘The time of Music’ de 1988), y aquí da bastante en el clavo respecto
a la diferencia entre Modernidad y Postmodernidad musicales. Mientras que los
autores modernos (y aquí considera modernos a Haydn o Beethoven, o sea pertenecientes
a la Edad Moderna) dicotomizan el tiempo musical entre el ‘real’ y el estructurado
por la música (que en múltiples ocasiones se complacen juguetonamente en alejar
mutuamente), los postmodernos, aun considerando las diferentes temporalidades,
no consideran que una de ellas sea la ‘real’. Cuando le llega el turno a las consideraciones
sociológicas alrededor del postmodernismo musical es cuando a mi se me cae el
alma a los pies porque aparece el siempre mal disimulado amor por el dinero por
encima de todo tan propio de la sociedad americana. Y Kramer asume que para los
compositores postmodernistas la música es una mercancía que debe ser
convenientemente gestionada por el autor. Es muy peligroso iniciar el camino
que conduce al “tanto genera, tanto vale”. Cada época de la Modernidad ha
tenido sus receptores/pagadores a los cuales había que complacer -o no-. Cuando
los compositores escribían para la Iglesia, para la aristocracia, para la
burguesía, para el público melómano, sabían que tenían que contentar a sus
pagadores, pero podían estirar la cuerda llevándola hacia su terreno (y ésta
lucha constante define en buena medida el destino del artista de la
Modernidad). Si ahora solo pensamos en tener que complacer a un público que se enorgullece
de su ignorancia, la cual crece exponencialmente de forma natural, el driver
de la autodestrucción está servido.
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lunes, 7 de febrero de 2022
Mercancías
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