Cuando dentro de las eventuales tendencias filosóficas
entre los antiguos griegos fueron apareciendo una parte de los fundamentos,
dicen, del pensamiento occidental, se efectuó un claro sesgo hacia el realismo,
pero que tuvo lugar a partir del idealismo. Me explico. Platón y sus seguidores
estaban convencidos por un lado de que el mundo no es directamente cognoscible,
sino que solo podemos hacernos una idea desfigurada de él (idealismo; mito de
la caverna) mientras que por otro lado el idealismo atribuía propiedades metafísicas
a las “esencias” de las cosas. Y estas “esencias” en el fondo venían dadas por
nuestra captación sensorial y posterior racionalización de lo aprehendido. Las
rosas tienen un olor agradable que nos remite a su “esencia” (los actuales perfumistas
siguen hablando de ‘esencias’ en el simple sentido odorífero del término); es
decir, se concibe su olor agradable como parte ontológica de su existencia. Sin
embargo, hoy entendemos que el olor que los humanos percibimos en las rosas
viene dado por un impulso nervioso mediado por unos receptores que son
activados por determinados compuestos químicos. O sea, que el olor no está en
la “esencia” de la rosa sino en la interacción de determinados componentes de
la rosa con nuestra fisiología. Quizá otros animales no encuentran agradable el
olor de las rosas o incluso no perciben ningún olor en ellas. A través de una
percepción/racionalización apoyada en el realismo se construye una metafísica
del idealismo. Y es que desde nuestra posición histórica los idealismos, realismos,
anti-realismos y otros -ismos del pasado ya no pueden tener demasiada cabida.