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miércoles, 21 de julio de 2010
Publicidad
La publicidad es el intento deliberado de gestionar la percepción de un objeto, trátese de gente, bienes, servicios, organizaciones ó creaciones –Wikipedia dixit-. La definición me parece extremadamente precisa y locuaz. Entonces las funciones de la publicidad irían desde el inocente anuncio que da a conocer un producto hasta las formas más sofisticadas del engaño colectivo. Además la publicidad necesita delimitar el público hacia el cual va dirigida en relación a determinado objeto. Existirá un sector que querrá gastar su dinero en determinados productos que se vean adornados por la etiqueta de la exclusividad mientras que otro sector (ó el mismo, pero atendiendo a otros productos de consumo) preferirá gastarse su dinero en un producto por el que las masas ya han mostrado sus preferencias. El primer reclamo contendría el anzuelo de “tú eres mejor que el resto porque consumes productos de élite” mientras que el segundo el de “tú formas parte del grupo de ciudadanos que están al día”. O sea, que ambos anzuelos pueden resultar un poco contradictorios si se ponen en paralelo sin matizar su filiación y uso. El primero valora la separación respecto del grupo mientras que el segundo valora la pertenencia al mismo. Lo remarcable es que el objeto del primer grupo suele ser un bien considerado de lujo mientras que el objeto del segundo grupo suele ser un bien más próximo al mundo de la “cultura”. Propongo, como acción subversora del sistema, que se inviertan los roles de ambos mensajes. A partir de ahora se podrían publicitar las obras de Elliott Carter, Alain Robbe-Grillet ó Tristan Murail como artículos de lujo cultural mientras que los perfumes, whiskies ó ropa de marca podrían anunciarse como “aquello que casi todo el mundo desea poseer y usar”. Amén.
miércoles, 14 de julio de 2010
Desbordamiento
Parece que el sistema esté entrando en barrena sin que nadie pueda a ciencia cierta avanzar cuáles serán las consecuencias de su desplome. La presión social, por adormecida que esté la población, tarde ó temprano hará su aparición. Mientras tanto seguimos mirando para otro lado y asegurándonos a nosotros mismos en todo instante que todo está controlado y que todo es perfecto, salvo algunos pequeños detalles que pronto se arreglarán (como en la vieja canción Tout va très bien, Madame la Marquise). La situación actual de todas las actividades sociales puede asimilarse a la de un flujo retenido. Como cualquier cambio representa el abandono de unos esquemas en pos de otros, los abanderados de los esquemas previos se enquistan y lo que ha sido en otro tiempo útil y productivo se hace progresivamente reaccionario y tóxico. Si los esquemas (no solamente me refiero a la actividad fáctica sino también –especialmente- a la mental) quedan artificialmente retenidos y algo deja de fluir, la tensión aumenta hasta que el flujo retenido se desborda y las cosas vuelven a fluir por el camino alternativo. Las alternativas al desbordamiento son fáciles de enumerar pero difíciles de llevar a la práctica. Sin embargo, todo pasa por un cambio de mentalidad. Un cambio de mentalidad no es un cambio de idea, sino un cambio en la forma de pensar. Y este cambio debería ser abanderado por intelectuales y políticos. Por el momento, los partidos liberales están anclados en una mentalidad decimonónica, mientras que los partidos conservadores lo están en una mentalidad diecisetesca. Esas mentalidades funcionaron bien en su época, pero ya no son apropiadas en nuestros días. Las alternativas ecologistas, de decrecimiento, de superación del concepto de nación-estado, no son seriamente consideradas por la mayor parte de los poderes (entre ellos, por muchos de los partidos decimonónicos aliados con alguna de estas causas). Aunque gran parte de la ciudadanía cae todavía en la trampa de tener que elegir entre el XVII y el XIX, una proporción creciente es consciente de la necesidad de un cambio. ¿Tenemos que esperar al desbordamiento para poder atisbarlo?
viernes, 9 de julio de 2010
Gustos personales
En cuestiones de intérpretes musicales, como en la mayor parte de asuntos de este mundo, todo es cuestión de gustos. Uno se puede identificar en grado máximo con interpretaciones más ó menos puristas, rompedoras, académicas, elegantes, expresivas, vulgares, histriónicas, sinceras, concentradas ó superficiales. Y lo que a uno le puede parecer maravilloso, a otro puede disgustarle. Un factor importante en esta elección hace referencia a las primeras versiones a través de las cuales uno tuvo su primer acceso a ciertas obras. Estas primeras versiones escuchadas marcan una invisible impronta que a menudo mantiene una vinculación emocional de largo alcance (como la cocina de la madre ó la abuela). Los intérpretes histriónicos parecen ser más capaces de dejar una huella profunda en sus seguidores porque acaban encarnando mitos (véanse las Callas, Glenn Goulds, Toscaninis ó Horowitzs), pero también existe un tipo de intérprete que acaba identificándose con una obra, es decir, mitificando a un personaje, en el caso de los cantantes. Hace pocos días falleció Cesare Siepi, el bajo que encarnó al Don Giovanni prototípico de toda una época. Evidentemente Siepi forma parte (junto con Tebaldi, Corelli, Schwarzkopf, Fischer-Dieskau, de los Ángeles, Ludwig, Corena, Della Casa, Alva, Prey y otros muchos) de la generación de cantantes que contribuyó a crear mi propia impronta, mi propia cocina primigenia. Gustos personales aparte, creo que su Don Giovanni sigue siendo el que mejor expresa el drama profundo de contradicciones que encarna el personaje mozartiano, símbolo del hombre post-ilustrado y pre-existencialista. Desde el “misero, atendi se vuoi morir!” que lanza al Commendatore al inicio de la obra hasta el famoso grito final se conjugan arrogancia, rebeldía, cinismo y miedo inconsciente de forma inquietantemente conmovedora.
lunes, 5 de julio de 2010
Adolescentes perpetuos
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