Federico Fellini repitió en más de una ocasión que la Iglesia Católica del Renacimiento tuvo una gran intuición: tratar a los artistas como perpetuos adolescentes y procurar su trabajo ora con adulaciones, ora con amenazas, gracias a lo cual el mundo se regaló con sus invaluables frutos. Me parece una síntesis brillante y sin rodeos de una cuestión siempre candente, a saber, la relación entre un artista y su obra, o, más bien dicho, la relación entre la capacidad creativa y el grado de desarrollo personal de un gran creador. La clave del dilema se halla en el diferente grado de evolución en lo que a lo intelectual, ético y estético se refiere. Los grandes artistas presentan ya de por sí uno de estos marcadores evolutivos –el último mencionado- anómalamente dimensionado. Pedir que los otros dos se sitúen al mismo nivel sería ya algo sobrehumano. Y no es que, a lo largo de la historia, falten figuras de grandes creadores que a la vez hayan sabido dar un correcto marco intelectual (Stravinsky, Fellini) ó ético (Beethoven, Messiaen) a su obra. Aunque quizás más que a un grado de desarrollo la frase de Fellini se refiera a una supuesta regresión temporal. La que hizo, por ejemplo, que Picasso y Stravinsky fueran detenidos en Nápoles una noche de 1917 por orinar contra una pared de la
Galleria, ó la conocida tendencia del propio Fellini a inventar su pasado y utilizar así su propia persona como objeto de creación. El narcisismo, por otra parte, es hoy moneda habitual no entre los genios sino entre todo
quisque. Y, claro está, el narcisismo egoico sin contrapartida se hace aún más intolerable. Pero existe un importante contrafactor a considerar: el artista que actúa como un perpetuo adolescente no llega nunca a crecer hasta el punto del estancamiento (o tiene al menos esa ilusión). El adolescente que madura y se convierte en adulto o bien acaba aceptando las convenciones sociales o bien luchando contra ellas para cambiarlas, dos actitudes que no se avienen demasiado con la creación artística, independientemente de que ésta sea conservadora ó revolucionaria. Visto desde este punto, la adolescencia perpetua del artista es a la vez un mecanismo que mantiene viva la energía e ilusión necesarias para seguir extrayendo material de la mina creativa y a la vez excusa la distancia de su comportamiento respecto del de la masa.
2 comentarios:
Hola Carlos.
Cierto,a menudo el creador recorre un camino de ida y vuelta hacia actitudes regresivas,más o menos tolerables y anecdóticas.Pero en otras ocasiones los genios,los creadores,tienen como compañera de viaje la locura(quizá fecunda?,siempre autodestructiva).Estoy leyendo la vida de Clara Wieck.
Saludos
Susana
Hola Susana,
La locura era una compañera particularmente cultivada por los románticos (o, al menos, consideramos la locura de los románticos como parte del cliché de este tipo de creador). Sin conocer muchos detalles sobre la relación Schumann-Wieck sospecho que lo que le pasaba al pobre Robert era consecuencia del complejo de inferioridad que le causaba el compararse con su esposa como pianista. Como esto pasaba bastante antes de que naciera Freud digamos que la locura fue la salida honrosa. Clara Wieck debió ser una personalidad increíble. También la música más pudorosamente emocional de Brahms tiene en ella su origen.
Saludos
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