La parte más negativa de las posiciones comunes es su carácter insidioso. No se notan. Te encuentras sumergido en un caldo social y cultural hacia el que tus percepciones, a fuerza de contacto, han perdido ya su sensibilidad. En una conversación reciente, y al comentario de mi interlocutor –para nada proveniente del campo de las ciencias “objetivas”, debo recalcar-, de que la bioquímica determinaba tales y cuales comportamientos, alegué que sí, que la bioquímica era el correlato “externo” del asunto. Entonces mi interlocutor me miró con cara rara, como si estuviera frente a un habitante del pleistoceno con sospechosos ribetes vagamente “a-científicos”, “irracionales”, “ocultistas” o, peor aún, “religiosizantes”. Al cabo de un momento, en un nuevo comentario, mostró su solución mágica frente a la imposibilidad de conjuntar una visión chata del mundo como la que había abrazado hacía un instante con el mundo interior no reconocido por el contexto social-cultural predominante: el romanticismo. El romanticismo como posición desesperada, como regresión a los supuestos orígenes prístinos, vírgenes, ante la imposibilidad de evolución en la dirección aparentemente única que nos plantea nuestro entorno más visible, nuestra posición común (aunque mucho menos común de lo que muchos creen). ¿Tanto cuesta ver que los pensamientos, el dolor (físico ó emocional), la felicidad, el goce estético, la compasión y otras mil cosas son experiencias personales que tienen sus correlatos “externos” observables, pero subjetivas (ó intersubjetivas) y vividas únicamente en primera persona? (y que todo ello no tiene nada que ver con la supuesta irracionalidad ú ocultismo, términos todos ellos que hacen solamente referencia a otra posición común, otro cliché). Respecto a la des-integración involutiva romántica, acabo de leer una cita de Michel Focault que viene como anillo al dedo: Creo que hay una tendencia fácil y generalizada que debemos combatir: la de designar como nuestro primer enemigo aquello que acaba de ocurrir, como si siempre fuera la peor forma de opresión de la que nos tenemos que liberar. Esta simple actitud implica una serie de peligrosas consecuencias: primera, una tendencia a buscar una forma barata de arcaísmo o una antigua forma imaginaria de felicidad que la gente, de hecho, nunca tuvo. En este odio al presente hay una peligrosa tendencia a invocar un pasado totalemente mítico. Gran parte de los movimientos del New Age, dicho sea de paso, caen dentro de esta descripción.
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