Como en muchos otros ámbitos de la vida política y social, existen buenas diferencias entre los países mediterráneos y los del norte de Europa en lo que a códigos civiles se refiere. En los países ribereños, debido sin duda a la influencia histórica de la lex romanorum, se generan gran cantidad de leyes escritas sin conexión aparente con las necesidades generales de los ciudadanos. Si bien hace dos mil años esta dinámica, fruto del universo integrador mítico del Imperio Romano, fue un instrumento de evolución y una conquista importante, el uso posterior no puede interpretarse sino como un intento de ejercer un poder (o, todavía más triste, la pura ilusión de ejercerlo) por parte de un sector de la población. Cuando las leyes, en su espíritu, recogen las inquietudes contemporáneas y resultan significativas para la civis no pueden ser formalmente utilizadas como instrumento de dominación. Frente a la utilización inarmónica de la ley ha surgido, históricamente, la rebeldía más ó menos institucionalizada e incluso la sociedad secreta, la mafia local. Es interesante observar a este respecto que la Iglesia Católica ha ejercido históricamente su poder temporal desde una sede sita en la ribera mediterránea y, como tal, dicho poder temporal también ha generado sus leyes sin espíritu y sus consecuentes rebeldes. Es significativo preguntarse por qué durante la Ilustración las logias masónicas de centroeuropa acogían en su seno buena parte de individuos con altas cotas de poder (¡incluso reyes y emperadores!) mientras que sus homólogas del sur funcionaban como alternativas frente a un poder grandemente basado en el Ancien Régime. En el caso de España, huelga decirlo, esta descripción aplicó especialmente. Todo lo dicho para las leyes generales aplica también para el funcionamiento local. Así, en cada uno de nuestros microcosmos particulares abundan los individuos que generan leyes (que en ocasiones aplican a todo el mundo excepto a ellos) para un funcionamiento supuestamente ideal y que responden únicamente a un deseo más o menos oculto de ejercer cierto poder.
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martes, 23 de agosto de 2011
jueves, 11 de agosto de 2011
Moldes
Quizás porque pertrenezco a una generación que tenía en sus años de juventud una visión muy diferente a la actual que me sorprende un hecho que constato cada vez que asisto ó veo un acto académico de graduación. En mi época juvenil ni se planteaba la celebración de tal espectáculo, que se asociaba –¡el cine!- a determinada coordenada ético-estética (¡yankeelandia!). Analizada así, la cosa no tiene mayores consecuencias: las modas cambian (o, cada vez más, simplemente van y vienen) y cada generación va coloreada con sus circunstancias históricas, que siempre se van modificando (algunas veces también van y vienen). Pero la cosa no queda ahí. El fenómeno que describo, a través del cual se han implementado recientemente tradiciones muertas que ya no significan otra cosa más allá de los aspectos más externos, forma parte de un gran grupo de objetos y etiquetas fijados a los que queremos acceder para alcanzar lo que hemos creído fijar como status. El hábito no hace al monje; simplemente lo denota superficialmente. En vez de querer hacer cosas invirtiendo un esfuerzo y logrando unos resultados, lo que más apetecemos es acceder a títulos y esquemas que creemos fijados. A los trepadores incompetentes, clase hoy en día bastante abundante, poco les importa superar su incompetencia; lo único que les interesa es alcanzar un puesto (puesto que, una vez acceden ellos, queda automáticamente desacralizado; puro papel mojado). La aristocracia tenía en otras épocas muy presente un motto procedente de épocas medievales: noblesse oblige, todo un principio básico de una sociedad meritocrática. Hoy hemos vaciado de contenido títulos, jerarquías, ceremonias, para acto seguido adorar su cadáver. El hecho me recuerda también las ferias en las cuales se exhiben oficios ya perdidos, algunos de los cuales han contribuído a hacerlos desaparecer los mismos siniestros personajes que ahora nos invitan a contemplarlos con nostalgia.
domingo, 7 de agosto de 2011
Otra vez...
Ya lo he dicho aquí en numerosísimas ocasiones: tenemos una tendencia enfermiza hacia la proyección en el “exterior” de todos nuestros trasuntos internos. Ya sea en forma de conceptos, agentes, deidades, normas, panfletos, ángeles y demonios. El místico, contrariamente al concepto vulgar de este término, no es el bobalicón que vive en un anhelado mundo ideal producto de su (buena) fe, sino el que vive plenamente en el mundo presente, el que integra y transparenta todos los filtros que desdibujan cotidianamente nuestras percepciones. Exterior es el mundo material del dualismo cartesiano, pero también exterior la noción histórica de Dios. Exteriores los conceptos de Bien y Mal, que siempre queremos separar para dejar únicamente el primero eliminando el segundo (que es como querer eliminar una sombra). Exteriores las normas de buen funcionamiento de la sociedad (¿expresión de nostalgia por un pasado coherente?): simplemente hay que seguir los dictados cuidadosamente cartografiados y llegaremos a la perfección. Y en muchas ocasiones incluso llegamos a proyectar nuestros contenidos sobre objetos naturales reales (como hacían nuestros antepasados en épocas mágicas y míticas con rayos, volcanes y ciclones) ó potenciales (nuestra obsesión actual por la posible colisión de un meteorito sobre la superficie terrestre). Las localizaciones “interior/exterior” son solamente el fruto de una dualidad; un puro espejismo. Simplemente nuestra mente crea una diferencia en base a unas percepciones y unos hábitos. Exterior e Interior se corresponden de la misma manera que arriba y abajo, que diría Hermes Trismegisto.
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