Cuando llegamos a la otra línea me pareció que habíamos alcanzado otro mundo dada la tranquilidad que se respiraba en comparación con el frenesí anterior. Incluso la temperatura era más agradable, pese a que en esta parte del año en los andenes del metro empieza a hacer calor. Frente a la prisa irracional que transmitía e incluso contagiaba la masa humana de la otra línea, aquí la calma era mucho mayor. En el andén esperaba junto a nosotros un grupo de turistas de la tercera edad con el plano de la ciudad en la mano, plano en el que se veian subrayados los principales puntos de interés cultural. Aquellas personas habían sido educadas en una época de menor abundancia material pero de mayor abundancia de valores. Y como estaban acostumbradas a ganar las cosas con esfuerzo valoraban lo que tenían. Cuando llegó el convoy entramos y nos situamos junto a un padre que viajaba con su hijita y la instruía sobre sus quehaceres diarios en el trabajo. La niña, pese a que no tendría más de nueve años, escuchaba con atención e incluso pedía aclaraciones de tanto en tanto, bien fueran técnicas como de otro tipo. El hecho de que el padre fuera un administrativo de la funeraria todavía hacía más curiosa la conversación. La singularidad de la muerte y el tedio del oficinista podían parecer, por lo menos de entrada, términos antagónicos. El silencio que reinaba en el vagón contrastaba con lo que habíamos vivido anteriormente. De alguna manera el tiempo parecía fluir mucho más lentamente de lo que lo hacía en la línea de metro circulando por el tercer subsuelo. Cerca de nosotros un lector estaba enfrascado en la lectura de las Confesiones de San Agustín, uno de los grandes filósofos de la Antigüedad, aunque ciertamente un tanto obsesionado por el pecado y la herejía, que pasó gran parte de su vida en una especie de purgatorio particular. Ajenos al texto del arriano converso, una pareja de tortolitos se demostraba sus afectos liberando sus instintos, sin importarles la presencia del resto de los pasajeros. En una de las pocas paradas que atravesamos subió un practicante de footing visiblemente sudado que al parecer se hallaba demasiado cansado como para seguir corriendo y se había bajado así el listón de la autoexigencia. Todo en bien de la salud y la esbeltez. Mi compañero me estuvo entonces ilustrando un caso de un amigo suyo, muy deportista, que había acabado siendo un esclavo de los gimnasios y las maratones. Todos los excesos son perjudiciales. Cuando llegamos al largo pasillo de conexión mi compañero de viaje se despidió de mí, ya que su destino se situaba en sentido opuesto al mío. Al poco de despedirnos con un abrazo oí, sin saber al principio de donde procedían, los graves compases iniciales de la sexta partita de Johann Sebastian Bach. Conforme avanzaba por el pasillo con ayuda de la cinta mecánica la grandeza casi trágica de la madura obra del compositor iba reclamando crecientemente mi atención. Al final del pasillo pude por fin observar un piano colocado en el metro con motivo de la celebración en la ciudad de un concurso internacional de dicho instrumento. El músico que tocaba la partita bachiana era un hombre ciego de edad madura. Su interpretación destilaba tal experiencia de la vida y de sus pesares que me qudé absolutamente absorto en el desarrollo de las voces y las cadencias, olvidándome de la prisa que hacía un rato me devoraba. Cuando acabó se levantó y siguió su camino, en compañía de su perro-guía. Cogí entonces el ascensor para subir a la calle y así empalmar con mi último trayecto. Un pasillo semiiluminado conducía directamente a las escaleras, por donde se filtraba, dando cuenta de la incipiente primavera, una cálida luz.
2 comentarios:
Fratello,
Curiosamente, esta segunda parte de tu trilogía termina con la misma palabra con la que finalizaste tu primera: luz. La luz que espero ver pronto, que no puedes tenernos en ascuas por mucho tiempo.
Puesto que te reservas tus respuestas a cuando hayas presentado el relato completo, voy a hacer uso de la tradición y me zamparé un poco de “mona” a tu salud, mientras consulto el vocablo “arsis” por si las moscas.
Feliz Pascua a ti también,
fp
La solución muy pronto...
fp
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