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sábado, 26 de mayo de 2012

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    Con nuestra evolución cognitiva evoluciona también nuestra relación con lo que llamamos tiempo. Las etapas arcaicas y mágicas no conocen ni el tiempo ni el espacio. Sólo existe el ahora y el aquí (¡pero no el aquí y ahora de los místicos!) debido a una fusión indiferenciada del todavía desconocido yo con el entorno (la supuesta incapacidad de los bosquimanos para visualizar el futuro). La proyección alcanza el total de la percepción, aunque en este estadio todavía no es propio hablar de proyección. En el estadio mítico las ahora sí proyecciones se antropomorfizan –reduciendo por ello su cuota del total de la percepción- y se sitúan en un punto espacio-temporal que da origen a lo que llamamos pasado, por analogía con los hechos presentes en nuestra memoria. Solamente el nacimiento del período mental genera el concepto de futuro, entendiendo por ello las potencialidades que la mente intuye como posibilidad ó razona (apoyada por la relación causa-efecto). El período mental-racional agota el esquema espacial del tiempo, aquél que lo divide en pasado, presente y futuro con una flecha unidireccional en tal sentido. Los períodos transracionales no pueden más que volver a considerar el aquí y ahora, pero no como una limitación sino como una integración, como una manera de superar ó ir más allá de los conceptos de espacio y tiempo. Que el tiempo sea únicamente una construcción de la mente implica que la evolución no hace más que desplegar aquello que pre-existe, aunque me temo que ello no sea más que un concepto, es decir, algo inapropiado ó fragmentario si queremos movernos en una zona trans-mental.

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