El tiempo todo lo cura y todo lo pone en su sitio. Es una frase muy conocida y muy utilizada en períodos complicados. El tiempo es la medida de la evolución, que tiende en todo momento hacia una equilibración –de mayor ó menor alcance- en sistemas negativamente acoplados desde el punto de vista cibernético (los positivamente acoplados muestran una inestabilidad intrínseca que los hace más efímeros). El tiempo, así, va borrando de nuestra memoria una serie de elementos tal y como las olas del mar borran las huellas en la arena (“les pas des amants désunis” tal como diría poéticamente Prevért). Hay algunos elementos que, sin embargo, y dada la carga emocional y vivencial que sostienen, resisten el paso del tiempo. Una buena experiencia en un viaje, el recuerdo de un ser querido desaparecido, una obra artística (visual ó auditiva) que nos complazca particularmente, un miedo infantil no superado, quedan algo así como aislados del paso del tiempo y la erosión de estas imágenes se ve mitigada por dicha significación vivencial. Si maduran con nosotros nos hacen en cierta manera crecer; el problema se da cuando quedan fijados y nos impiden cualquier desarrollo que les sea afín. Intentar recordar las imágenes que el tiempo casi ha borrado (“remembering”) es una tarea pasiva mientras que rememorar las que hemos situado fuera del flujo temporal habitual (“recollecting”) nos implica activamente a la vez que nos enriquece. Esta última actividad sería la que superaría la fijación del complejo generando a su vez un flujo benéfico.
2 comentarios:
Fratello,
Después de leer tu texto, me he autoimpuesto un sencillo ejercicio de “recollecting” (dejemos el “rememoring” para los primeros síntomas de senectud) y he pensado en tres recuerdos que me han hecho crecer: una canción de Lluís Llach (cosas de la adolescencia), la primera vez que vi a mis hijas gemelas recién nacidas (glups, crecí de golpe) y una escapada a Soria con mi mujer durante un fin de semana (volví como nuevo de lo bien que lo pasamos y lo mucho que desconecté). Y si pienso tres más, o seis, o nueve, me doy cuenta que todos tienen algo en común: ninguno de estos recuerdos son bienes materiales, ni mi primer coche, ni mi primer ordenador, ni mi primera nómina. Todos son recuerdos de algo intangible, sin fecha de caducidad y con un denomindor común: te llegan directos al corazón (y no todos son buenos, a los que ya no están entre nosotros también los incluyo). Supongo que la carga emocional a la que aludes es más fuerte que el más caro de los regalos, pero ¿tú crees que mi caso sería bastante frecuente o bien depende de la personalidad de cada uno?
Siento no haberme centrado en las fijaciones, será que las que tengo son inconfesables y no hay manera de desincrustarlas…
Un abrazo de un tauro muy cabezón,
fp
Fratello,
Lo importante es que estos recuerdos crezcan contigo. Porque si quedan cerrados y aislados en el pasado, parece que algo tuyo ha hecho lo mismo y puedes tener la sensación de pérdida de aquella felicidad.
Tu caso por desgracia no es muy frecuente; sólo está al alcance a partir de cierto grado de evolución personal, y tal como degenera en estos momentos nuestra sociedad, lo estará menos en un futuro próximo.
Abrazos de vuelta de otro tauro (no sé si tan cabezón)
fp
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