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martes, 31 de diciembre de 2013
Bon Any Nou !!
Acabo de escuchar una reciente entrevista con Alfred Brendel, en la cual opinaba sobre el futuro de la educación musical de los niños y jóvenes y hacía del caso venezolano una excepción a la (mala) regla. Brendel hacía referencia a un concierto del pasado verano en Salzburg de la orquesta nacional de niños de Venezuela, en la que figuraba la 1ª sinfonia de Mahler dirigida por Simon Rattle. Después de escuchar la versión, contagiosa en entusiasmo y quizás algo desequilibrada orquestalmente, pero magnífica habida cuenta de la edad media de los músicos, me ha seguido picando la curiosidad y he buscado algo más. Sabía algo del caso de la educación musical en Venezuela que lleva casi cuarenta años rodando y de su autor, José Antonio Abreu, así como de su producto más conocido internacionalmente, el director Gustavo Dudamel. El documental que encontré (en el que Abbado y Rattle entre otros se expresan desde el fondo de su alma, así como el propio Abreu desarrolla sus tesis iniciales) es altamente recomendable para reconciliarse con el mundo, cosa que nos hace falta un poco a todos. Sirva de felicitación de año nuevo y para celebrar los ocho años de blog.
sábado, 28 de diciembre de 2013
Regalos
Cuando llegan estas fechas de las fiestas del invierno parece agudizársenos también la percepción de la falsedad que sustenta nuestro agonizante modelo social. Como las flamencas de la famosa canción de Jacques Brel, que bailan porque tienen veinte años, y a los veinte años hay que buscar novio para poderse casar y así poder tener niños nosotros debemos comprar regalos aunque no tengamos ganas para nuestros congéneres que sufren el mismo problema para así consumir y alimentar al sistema, que se desequilibra a pasos agigantados. ¿Qué queda, pues, no de nuestros amores adolescentes, sino de nuestra humanidad, de nuestra consciencia, de nuestra persona? Mientras compro apresuradamente algunos regalos tengo la sensación que lo único humano que contienen es el envoltorio.
domingo, 15 de diciembre de 2013
Estados
No he abundado
en el blog sobre temas específicamente de actualidad política porque solamente
me interesan de ellos los aspectos que se pueden extraer para elaborar visiones
más generales. De otra manera, es fácil caer en el tópico de los dualismos, las
clasificaciones, las proyecciones, las otredades y de esta manera dejar de
profundizar en los temas. Ello es particularmente fácil en España, donde la
cerrazón, la incultura y el primitivismo han tenido carta de presencia desde
épocas inmemoriales. Ya lo decía con gran acierto Josep Pla: lo más parecido a un español de izquierdas
es un español de derechas. Y frente a la cuestión del actual brote de
segregacionismo en Catalunya caben muchas reflexiones. Vaya por delante que mi
posición no es la de un feliz abrazo a una cualquiera de las partes. Las
posturas triperas siempre pecan por simplistas. La primera cuestión atañe a la
etiología de las supuestas posiciones enfrentadas. Tanto en una supuesta
postura como en la otra hallamos concepciones con grados de evolución muy
diferentes, desde los defensores de la patria hasta los ciudadanos de Europa y
aun del mundo que viven en una región, pasando por el sector más poblado, el de
los ciudadanos que viven en un estado moderno (moderno se refiere al S XV o al
S XVIII, no a la actualidad). La postura preracional, la de los hijos de la
patria, nos lleva hacia el territorio mítico que tanto agradaba a finales del S
XIX, tanto a los hijos de la Renaixença como a los hijos del Imperio que se
desmoronaba por momentos. La postura de la mayoría, la postura racional que
supone que los estados han existido y existirán siempre como forma cerrada de
administración, es la que normalmente va asociada al fenómeno del rechazo de
una posición ajena para posteriormente hacerla renacer como propia. La del
subordinado que odia a su jefe por una serie de razones concretas y que
después, cuando él mismo accede al cargo, reproduce sin más aquellas actitudes
que tanto odiaba cuando era otro el que las mantenía. La postura más
evolucionada es capaz de ir más allá del concepto cerrado de estado. La patria
tiene fronteras inamovibles porque están fundadas sobre el mito. El estado
tiene fronteras móviles fundadas sobre las guerras y los acuerdos. El
transestado tiende a ampliar las fronteras hasta hacerlas desaparecer. En un
mundo de cultura, de economía y de costumbres globalizadas las fronteras no son
más que residuos del pasado que cuestan de superar por interés de pocos y
bobaliconería de muchos. O, como muestra la obra maestra de Jean Renoir La Grande Illusion, no existen tanto en
sentido horizontal como en sentido vertical, entre clases sociales, provengan
de donde provengan.
viernes, 6 de diciembre de 2013
Operas XIII - Boris Godunov
La rusofilia en ópera viene definida por dos obras casi podríamos decir que
“ortogonales” basadas en sendos dramas de Alexander Pushkin: Yevgeni Oneguin de Tschaikosky y Boris Godunov de Moussorgsky. La primera
desarrolla el lirismo, la melancolía, la conexión con occidente, la privacidad,
mientras que la segunda desarrolla el dramatismo, la soledad, la conexión con
oriente, la comunidad. Si ambas obras se dispusieran en sendos ejes cartesianos
sería posible, en una visión simplificada, acceder a cualquier zona recóndita
del alma rusa. La obra de Tschaikovsky, no demasiado comprendida en occidente
hasta hace pocas décadas (el tópico de antaño rezaba absurdamente que su autor
era demasiado dramático en sus sinfonías y demasiado lírico en sus óperas)
representa una perla en el conjunto relativamente grande y variado del corpus
de este compositor. La obra de Moussorgsky, comparada con la influencia que su música
ejerció sobre numerosos autores del S XX (Debussy, Messiaen, Ravel, Poulenc,
Stravinsky) es increíblemente pequeña, o al menos la parte de su obra
responsable de tal influencia. Se reduce a la suite Cuadros de una Exposición, unos pocos ciclos de lieder y las óperas Boris Godunov y la incompleta Khovantschina.
Esta enorme influencia está basada en dos hechos musicales: la alternancia de
los acordes máximamente separados según la armonía tradicional (el intervalo de
tritono, que divide la octava en dos partes iguales), y el uso de melodías de
acordes propios de la música ortodoxa rusa. El primer elemento tiende a
neutralizar la progresión armónica de la armonía tradicional, confiriendo a la
música un estatismo desconocido en su época (y que será después una de las
bases de la música de Messiaen, pongamos por caso), mientras que el segundo (la
frase inicial de Cuadros) se halla
presente en buena parte de la música de Stravinsky (principio del ballet Petroushka, Coral final de Symphonies d'instruments a vent).
Pero basta de tecnicismos. Boris Godunov contiene muchas progresiones de
tritono (¡escena de la coronación!) y muchas melodías de acordes (¡casi todaslas escenas corales!) pero lo que la distingue más y la hace un modelo en su
género es el tipo de dramatización utilizada. Haciendo un símil pictórico, lo
que en La Bohème son acuarelas, en Wozzeck son fotografías ó en Don Carlo son óleos, en Boris son
frescos bidimensionales (en Kovantshina
son mosaicos bidimensionales). Tanto es así que, tras varios intentos
fracasados de estrenar la ópera (estreno aplazado por diversos motivos
políticos y el desprecio que mostraron hacia la obra diversos miembros de la
familia Romanov) y varios añadidos del propio autor frente a los argumentos de
la censura (falta de un personaje femenino relevante, falta de una parte de
tenor relevante) y el relativo fracaso público de la obra, Rimsky-Korsakov,
amigo y mentor de Moussorgsky y “compositor oficial” de la capital imperial
retocó la obra para hacerla más atractiva a los ojos del gran público. El
retoque consistió, especialmente, en abrillantar la orquestación (es de sobras
sabido el profundo conocimiento orquestal de Rimski) y en alterar el orden de
los cuadros y, dicho sea de paso en honor al arreglista, el propio Rimsky dijo
que cuando su constribución ya no fuera necesaria, se debía restituir la
versión original, hecho que no impidió la aparición de diversas versiones posteriores
(entre otras, de D. Shostakovich). La nueva orquestación afectó notablemente al
color orquestal y, a la postre, existencial de la obra, que pasó de ser más
bien sombrío a una gran brillantez (que permitió la presentación en Occidente
de la obra por parte de la troupe de Diaghilev, en su primera saison parisina en 1909). El cambio de
orden de los cuadros hizo la obra más convencional (acabándola con la
solemnidad de la muerte del zar usurpador) comparada con el original, con la
llegada del falso zar a Moscu y el personaje del idiota lamentándose del
destino del pueblo ruso, independientemente de su dirigente de turno. Ambos
cuadros acaban en pianissimo e diminuendo,
pero el original produce una sensación de abandono, de incompletitud y de
repetición histórica propias de un final abierto, mientras que la versión de
Rimsky contiene un final absolutamente cerrado. El final original no solamente
es abierto sino que, al situarse después del cuadro de la muerte de Boris
ejerce en el espíritu del auditorio un toque del tiempo circular, como si los
paneles o frescos que han desfilado durante la obra fueran intercambiables
cronológicamente. Un poco como hacen los acordes separados por el tritono, que tienden
a interrumpir la cadencia tonal-temporal.
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