Una parte de
lo que conocemos como la experiencia se basa en hechos que nos han sucedido
–individual y colectivamente- y que podemos guardar, de forma cualitativa, en
la memoria, o de los cuales podemos extraer una ley, un patrón de repetición, y
abstraer así una fórmula que nos indique cómo avanzar por el siguiente tramo
del camino. Una diferencia importante entre ambos modus operandi estriba en que el primero de ellos mantiene vivos
los hechos que consteliza y que inspira, mientras que el segundo cae fácilmente
presa del cliché (nuestra habitual pereza mental tiene una parte importante de la
culpa) y se transforma en un fantasma que se aleja rápidamente de la realidad a
no ser que lo revisemos continuamente. El segundo modus operandi, no hace falta
decirlo, es el de la “racionalidad irracional”. De acuerdo con el modelogebseriano de evolución cognitiva, las estructuras de conocimiento atraviesan
por varias fases desde que aparecen hasta que son integradas y se hacen
“transparentes”. La última fase es la que Gebser llama “defectiva” y en ella la
estructura, en vez de abrirse camino hacia la nueva perspectiva que codifica, lo
bloquea, dificultando el paso a la nueva estructura que sigue en la evolución.
La “racionalidad irracional” corresponde claramente a este tipo de período
defectivo. Nuestro presente entorno se ha hecho extremadamente agobiante ya que
miremos donde miremos nos encontramos cajas, dualismos y etiquetas. Este orden
forzado nos está llevando únicamente a la atrofia. Como en los procesos físicos
(el nacimiento de una estrella) y biológicos (la aparición de hipercicloscatalíticos y, subsecuentemente, de vida en un planeta) el orden que dirige la
evolución exige una cuota importante de desorden para aparecer. El orden
forzado es estéril. Nuestras presuntas consignas-para-vivir-bien-felices-y-de-acuerdo-con-las-verdades-de-la-ciencia
no pueden llevar a ningún sitio porque ya nacen muertas.
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