Tenemos
una tendencia bastante generalizada a definirnos a través de nuestras
desidentificaciones más que a través de nuestros gustos. La autodelimitación
que marcamos así de nuestro yo quizás
sea parecida a la que trazaríamos describiendo nuestras identificaciones pero
la energía que consteliza esta frontera es diferente. Cuando hablamos de
nuestro terreno conocido o amical lo hacemos con mucho gusto, como quien
presenta a un miembro distinguido de su familia a unos amigos. Cuando, por el
contrario, negamos cualquier relación con lo que nos es desconocido, añadimos
una especie de gusto por el disgusto, subrayando así nuestra desidentificación.
Y ello constituye todo un programa de vida. Si habláramos de lo que nos es
ajeno o desconocido en términos de misterio, expectación o proyecto de futuro dejaríamos
una puerta abierta al crecimiento, a la ampliación de límites. Cuando alguien
dice “yo no como tal alimento porque en mi casa nunca se había comido” no se da
cuenta de que muchos antepasados suyos rompieron esa regla, so pena de haberlo
condenado a una alimentación muy limitada. En muchas ocasiones este tipo de
frase se enuncia en plural (“nosotros nunca ….”), buscando en el corporativismo
una especie de mítica protección del clan o la tribu. En nombre del crecimiento
interior, la identificación oceánica y la ecología de las ideas es mejor
definirse dejando abiertos nuestros límites (que son y siempre serán relativos,
y de nosotros mismos dependerá su situación). De otra forma, corresmos el
riesgo de atrofiarnos.
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