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sábado, 14 de junio de 2014

Espacios



               El espacio fue definido,  juntamente con el tiempo, por Kant -es decir, por la Modernidad- como una de las formas sensibles de conocimiento, es decir, como parte de las condiciones fijas y externas a nuestra observación dentro de las cuales situamos nuestras percepciones y juicios. Nuestra visión se ha ampliado considerablemente desde entonces. El propio paradigma físico en el que Kant apoyaba su modelo –la gravitación universal newtoniana- varió radicalmente hace cien años. Espacio y tiempo dejaron, así, de constituir categorías fijas e independientes y empezaron a formar parte, de forma incluso conjunta, de la trama orgánica. No solamente eso: nuestras percepciones sobre ambos factores constituyen  una pequeña parte no extensiva a una muestra de cualquier tamaño. Dicho de otra manera: nuestro espacio y nuestro tiempo poco tienen que ver con el espacio y el tiempo ultra-microscópicos o astronómicos. Pero hoy no  quiero hablar de esto. O solamente de una parte de esto; la que trata con nuestra relación con el espacio. Nuestra percepción del espacio ha ido desarrollándose a lo largo de la historia, como atestigua el desarrollo de la pintura en los últimos mil años. Los jalones más significativos de este desarrollo han sido el descubrimiento de la perspectiva –la tercera dimensión- en el pre-renacimiento italiano y la incorporación del tiempo –la cuarta dimensión- con el cubismo a principios del S XX (que a su vez correlacionan con los paradigmas mecánicos copernicano y einsteniano, respectivamente). En la pintura descubrimos la relación que cada época ha mantenido con la noción más abstracta del concepto. El espacio tridimensional que ocupan las formas que nos rodean y las oquedades en que nos hallamos también habla de nosotros tanto de forma colectiva como indivudual.  Cuando se es joven se tiende de forma natural a rellenar el espacio circundante con mil cachivaches. Conforme la edad avanza se aprecian crecientemente los espacios vacíos, que actúan sobre nuestra conciencia como matrices protectoras. Una especie de frontera transparente o límite virtual que nos envuelve como una burbuja estéril. También se pueden considerar como jardines zen desprovistos de piedras y rastrillos. La naturaleza de este espacio poco denso es la de engendrar todo nuestro mundo, como el vacío cuántico. Cuanto más vacío más rico –más posibilidades-. Como nuestro corazón.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Carles: tema interesante...sobre el que hablar durante horas. No me alargaré; sólo señalar que la preocupación por el tiempo apareció muy pronto (en Egipto, con los relieves cinéticos, en los primitivos en la narrativa pictórica a modo de cómic, etc. ) y últimamente la introducción del vacío en las oquedades de Moore, la rasgadura de Fontana y los grandes espacios vacíos de Miró...Ahora mismo, Anish Kapoor introduce incluso el vértigo.Maravilla de la intuición artística cuando se sitúa en el centro de su tiempo, siguiendo el tempo.
Un abrazo. Rosa.
aravilla de la intuición artística

carles p dijo...

Hola Rosa,

La verdad es que pensaba en tí cuando escribí el post.
Gracias una vez más por tu importante aportación al blog

otro abrazo
Carles

Lluís P. dijo...

Fratello,

Respecto al relleno del espacio circundante personal, he experimentado un cambio en mi manera de apreciarlo. Más concretamente, en algo tan mundano como una pared de mi piso. Hace años me preocupaba de colgar cuadros o pósters para evitar la blanca superfície, era una forma de enriquecer mi entorno. De un tiempo a esta parte, me encanta contemplar, sentado desde mi butaca, la pared vacía de enfrente, que me sugiere multitud de opciones para llenarlo, provocándome una sensación de relax que no experimentaba en mis años mozos. Exactamente lo que evocas al final del párrafo. No hay nada como ir soltando lastre al ir haciendo camino.
Saludos,

fp