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jueves, 24 de septiembre de 2015
Reflexiones
Ya sea de forma más o menos consciente, la magia y el mito siguen presentes en nuestra relación con el mundo. Todos sabemos que algunos deportistas de masas, así como otros sacerdotes de éxtasis masivos como cantantes de ópera ejecutan rituales de magia más o menos elaborados antes de lanzarse a su correspondiente escenario. No es tan conocida la prevalencia de este tipo de ritual mágico en corporaciones que mueven menos trasuntos emocionales, como el mundo de los científicos, aunque es verdad que por la misma razón, en este último caso los rituales permanecen inconscientes o semiinconscientes, ocultos bajo una espesa capa de prejuicios racionalizantes (así como las propias emociones, que dormitan bajo una manta de falsa objetividad). Cualquiera de nosotros puede comprobar, si presta la suficiente atención, que en algún momento todos somos presa de tales construcciones. En algunos modelos de psicología/antropología evolutiva, como el de Gebser, se afirma que las sucesivas estructuras de conciencia se apilan unas sobre otras y que la más reciente es la más consciente mientras que las anteriores quedan soterradas, transparentando o haciéndose más inconscientes. De este modo, la estructura mental/racional, que es la más elaborada para una gran parte de la población, opera por encima de las estructuras mágica y mítica, que se vuelven inconscientes. Las estructuras míticas también son invocadas con mucha frecuencia bajo la forma de purezas primigenias y de raza, llamadas de la patria, preceptos religiosos y promesas de salvación. De la misma manera que el pensamiento mítico tiende a ver el pensamiento mágico como esencialmente falso, el pensamiento racional tiende a ver falsos tanto el mágico como el mítico. No hay falsedades y verdades sino evolución de estructuras. Basta con metaposicionar la racionalidad y observarla desde una estructura más evolucionada. La racionalidad no deviene falsa, sino parcial. Hace unos meses he leído a E.Morin (El Método-IV) –por cierto, un maravilloso pensador de la complejidad aunque no necesariamente del evolucionismo-, un concepto que aclara de forma sencilla el embrollo que a algunos les supone lo que acabo de describir. Dice Morin que en el mismo momento en que se niega la vigencia de los contenidos mágicos y míticos bajo la acusación de “falsedad” frente a la “veracidad” de los contenidos racionales, éstos últimos son poseídos por los primeros. De esta manera podemos convertir la ciencia, pongamos por caso, en una mitología (y este trueque ya se da en un importante grueso de las corporaciones de la ciencia) y la racionalidad en racionalización. Y todavía corremos un riesgo mayor –añado yo-: tomar los substratos míticos por una forma “primigenia” de racionalidad. Veracidad y mentira no son categorías dictadas por la razón, que si puede discriminar entre certeza y falsedad.
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