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viernes, 29 de julio de 2016

Cromatismos

                          Es un viejo tópico afirmar que el hombre es la medida de todas las cosas. Esa ciega adscripción a la razón antropoide es la que primero nos guió por el camino del conocimiento pero después nos ha dificultado históricamente el poder ver las cosas con mayor claridad. La antropomorfización ha tenido varias manifestaciones de muy  diferente índole: 1/ Nos ha hecho proyectar nuestras cargas simbólicas (dioses, fuerzas  antropomórficas) 2/ Nos ha condicionado los tamaños relativos espacio-temporales-energéticos (grande/pequeño; cerca/lejos; joven/viejo; frío/caliente,…) y 3/ nuestra propia conciencia nos ha situado en el centro espacio-temporal (somos el origen de coordenadas de nuestra propia percepción). Este tercer punto presenta una consecuencia muy interesante: nos está preferenciando una perspectiva concreta, como consecuencia directa de la subjetivación de la conciencia. Para un nivel pobremente diferenciado de conciencia –seres primitivos- el tiempo y el espacio no existen como aspectos objetivos: solamente existe la experiencia del aquí y ahora. Con la progresiva diferenciación de conciencia el espacio y el tiempo aparecen como elementos objetivos entre los que se mueven nuestras percepciones (Kant). Cuando evolucionamos todavía más volvemos a considerar el espacio y el tiempo como construcciones humanas, merecedoras de un grado variable de subjetivismo. El aquí y ahora vuelve, pero ahora con un grado de consciencia superior; hemos asimilado el espacio y el tiempo dentro de nuestra propia subjetividad. Cuando observamos en distacia, tanto espacial como temporal, las diferencias se encogen progresivamente, ofreciéndonos un efecto telescopio. Lo que aparece alrededor nuestro dispuesto en escala lineal se transforma, con la distancia, en escala logarítmica, hiperlogarítmica y así sucesivamente. Tendemos a clasificar las épocas anteriores a la nuestra dividiendo el tiempo en períodos crecientemente largos a medida que se alejan de nosotros. De igual manera, reconocemos “nuestro” espacio alrededor nuestro, tendiendo a alienar lo que se halla más allá de nuestras fronteras personales.  Así, el aperspectivismo y la transracionalidad tienen que ver con el descentramiento, con el ascenso dimensional. ¿Qué diferencia existe entonces entre la intersubjetividad y la objetividad? Se me ocurre un ejemplo ilustrativo. Sabemos que existen algunas especies animales que poseen un margen de percepción cromática –bien, de longitudes de onda lumínica, ya que el término cromático es absolutamente humano- mayor que el propio de los humanos. Nosotros hemos llegado a bautizar diferentes franjas del espectro visible (humano) con el nombre de los distintos colores. De esta manera podemos abstraer nuestras percepciones y hablar de “azulidad” o “verdez” como experiencias perceptivas “bastante” intersubjetivas. Un realista ingenuo diría que estas cualidades perceptivas aparentemente subjetivas se pueden objetivizar si hablamos de longitudes de onda en vez de colores. Entonces nos podemos preguntar sobre la experiencia subjetiva de “ver” longitudes de onda situadas fuera del espectro que es visible para nosotros. No podemos referenciar el tipo de experiencia cromática de un insecto como la abeja que ve la luz ultravioleta o una serpiente poseyendo detectores de luz infraroja. Podemos, a través de un artefacto, convertir las emisiones de luz ultravioleta o infraroja en luz visible (aquellas imágenes que nos muestran “como seria” el mundo visto por otras especies, pero esto no tiene nada que ver con la experiencia de “ver” luz ultravioleta o infraroja. Como los humanos no poseemos esta percepción no tenemos ni idea de como es tal experiencia.

lunes, 25 de julio de 2016

Cultura de masas


                                  Inspecciono el programa de la orquesta local para la temporada que viene y una vez más me lamento. Además de las dosis habituales de sinfonías de Shostakovich (gustan al gran público pero, sobre todo, no pagan derechos de autor) observo una cuota creciente de música de películas tipo Star Wars. Si las sinfonías de Shostakovich son música de segunda o tercera prensada en este tipo de composición el número de prensadas se hace ya incontable. A la música de películas le pasa lo mismo que a la ópera: funciona en su medio original pero pierde su sentido fuera de él. Se ha escrito muy buena música para películas pero no tiene nada que ver con lo que el gran público entiende por dicho término. La música para películas clásicas hollywoodienses bebe de una pléyade de exiliados centro-europeos que huían del nazismo pero también de la música moderna que, dicho sea de paso, en su país de origen estaba prohibida. Estos compositores crearon en verdad todo un género, pero se trataba de un género basado en un tipo de música periclitado de las salas de concierto o de los teatros de ópera. Cuando escribían –y de vez en cuando lo hacían- conciertos para violín el resultado servía para poco más que dar un vehículo de lucimiento a algún solista. El mérito de Miklos Rozsa, Max Steiner, Franz Waxman, Erich Korngold y sus colegas, repito, consistió en la creación de un género de forma artesana. Experimentaron con las imágenes, aunque normalmente emplearon el material que Strauss,  Scriabin o Reger manejaban 50 años atrás. Y este modelo, actualizado, continúa siendo el regularmente utilizado en las grandes producciones hollywoodienses. ¿Por qué el público no muestra mayor interés en las obras originales en que se basan estas músicas funcionales? Ayer mismo leía en un comentario a la interpretación de la IX sinfonía beethoveniana en los Proms de 2012 que en el minuto tal la música parecía la de Lord of the Rings….¿¡¿sería al revés, no?!? No puedo por menos que pensar en el rigor con se programaban los conciertos clasicos durante mi adolescencia, cosa que hacía el rito de la música aun más sagrado. Hoy en día lo sagrado no existe simplemente por definición. Sólo existe la mercancía, la cultura de masas. El filósofo y (pobre) teórico musical Th. Adorno unía su herencia centro-europea y su filiación neomarxista de la Escuela de Frankfurt para despreciar fuertemente lo que él mismo bautizó como Kulturindustrie o cultura de masas, producto del tardo-capitalismo que habría servido para impedir que el proletariado llegara a subvertir el orden establecido. Aplicando tales conceptos en un orden más amplio, me atrevería a decir que esta industria ha logrado llevar los referentes de las masas hasta su mínima y máximamente estéril expresión. No nos engañemos: los referentes forman el entramado consciente que constituye nuestros paradigmas. Vemos el mundo a través de ellos (además de los símbolos inconscientes, tan o más importantes que ellos). Algunos referentes son transmitidos con la educación en épocas tempranas de la vida y otros son incorporados a lo largo de ella, en un proceso continuo de aprendizaje. Si los referentes que incorporamos a lo largo de la vida son clichés formularios, pobres y estériles seremos fácilmente manipulables, por intransigentes que nos mostremos. Pero no hace falta ir tan lejos. Hoy en día nos dejamos manipular ¡mediante un juego infantil de realidad virtual!