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lunes, 17 de octubre de 2016

Revisiones


                     El mundo de la ciencia actual tiene el deber inexcusable de revisar sus principios epistemológicos, metodológicos y éticos. Aparte de unas pocas disciplinas que se nutren de una visión sistémica –algunas de las cuales, como la cosmología o la ecología se siguen percibiendo como “de poco impacto para el desarrollo social”-, la mayoría de las ciencias naturales reposan aún sobre un fondo analítico, cartesiano y reduccionista que impide su progreso y las hace servidoras de aquel “dominar la naturaleza” tan típico de la segunda revolución industrial. Actualmente el mundo de la ciencia está dominado –consciente o inconscientemente- por el modelo anglosajón, que refiere a una lógica, una racionalización cerrada que a menudo acaba en un argumento circular. Con esta ciega adopción de las racionalizaciones -que tan a menudo niegan la propia racionalidad- una parte de la ciencia se ha instituido como representante de la verdad absoluta, con capacidad para rehusar el incluir entre sus disciplinas gran variedad de actividades calificados como “pseudociencia”. No tengo problemas para incluir en esta categoría al psicoanálisis o al materialismo histórico –por la misma regla de incumplimiento de falsabilidad popperiana debería también incluirse aquí al darwinismo, afirmación hecha por el propio Popper-. Con lo que sí tengo grandes problemas es con excluir estas aproximaciones “no científicas” de la historia de las ideas grandes y fructíferas. La racionalidad cerrada puede abstraer y recurrir razones pero nunca crear nuevas visiones. Además y especialmente, el modelo de ciencia al que antes me refería rara vez se autoinspecciona para salir del insidioso realismo ingenuo en el que habita desde hace décadas. Supone tácitamente que el observador, separado del objeto, ocupa una posición inexpugnable de clarividencia suprema desde la que observa el mundo de forma pura y absoluta, en una especie de platonismo irreductible, y que esta posición –fuera de toda contingencia- se mantiene eternamente inmutable. Lo que nos lleva a los modelos de pura acumulación que consideran el conocimiento una masa sólida que se deglute hasta el final. Es por eso que todo un apóstol de este modelo como Bertrand Russell, convencido de que el mundo se comporta de forma aristotélica y que ninguna certeza se escapa a la lógica, fue siempre enemigo acérrimo de Kurt Gödel, quien demostró que hasta la aritmética resulta ser un sistema incompleto que se ha de apoyar ad infinitum en otros metasistemas. Y eso que fue el propio Russell quien actualizó la paradoja del cretense, verdadero agujero de la lógica aristotélica.


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