Desde nuestra perspectiva histórica
podemos ya observar la Edad Moderna como un objeto-proceso cerrado susceptible
de meta-análisis en los más diversos campos de estudio. La música, como otras
tantas disciplinas fruto de la actividad humana, sufrió una evolución a lo
largo de los 500 años de modernidad durante la cual se atravesó un período de
culminación que hizo de referente para constituir el corpus llamado 'período de
práctica común'. El núcleo de tal segmento correspondería al llamado 'período
clásico' y se situaría aproximadamente en una época cronológicamente central.
Desde el momento en que somos capaces de observar desde una metaposición
deberíamos considerar la 'práctica común' como un proceso objetualizado incapaz
ya de generar a su alrededor una constelación de elementos. Uno de los
principales elementos que el período de "práctica común" constelizó
es el que hace referencia a la temporalidad o relación de la música con el
tiempo (físico y psicológico). Desde la edad antigua la componente temporal en
la música ha estado asociada con la periodicidad. Los griegos ya teorizaron
extensamente acerca de la métrica y los ritmos resultantes. Las todavía más
antiguas talas de la India, así como las polirritmias africanas, suponen
periodicidades mucho más complejas vistas desde el punto de vista occidental.
Los aspectos rítmicos de la música están íntimamente relacionados con
actividades periódico-vibratorias del cuerpo humano como la respiración, el
latido cardíaco o también el baile. Pero, así como la métrica griega, ciertos
aspectos de las talas indias o las polirritmias africanas basan sus duraciones
en las relaciones relativas entre los sonidos/silencios, la rítmica occidental
se deriva de un patrón externo más o menos fijo al que llamamos pulso. Nuestros
patrones rítmicos quedan así fijados por comparación con una marca externa a la
que acompañan o evitan, pero siempre referencian. Tal correspondencia,
precisamente, es uno de los resultados de la Modernidad occidental. Si el canto
gregoriano utilizaba las antiguas escalas modales griegas no recurrió a
préstamos similares por lo que hace a los temas del ritmo. Aunque sigue siendo
objeto de debate musicológico, los valores temporales de los neumas gregorianos
parecían estar tejidos de manera más similar a los ejemplos extra-europeos antes
señalados que con la urdimbre de lo que llamamos pulso. Con el advenimiento de
la Ars Nova y la moderna polifonía renacentista el panorama cambia por completo,
ya que el sentido del pulso hace su aparición. En el posterior período barroco
este elemento de soporte ya ha sido totalmente implementado hasta el punto de
la rigidez mecánica. La rigidez se suaviza y gana curvaturas con el Clasicismo.
Los temas rítmicos no fueron precisamente los que más interesaron a los
compositores del XIX, dándo más peso al terreno armónico. Los cambios que trajo
el S XX incluyeron una renovada preocupación por el ritmo. Esta vez, sin
embargo, se luchó por evitar la simetría respecto al pulso, inventándose nuevos
ritmos que en un principio se tuvieron que escribir con cambios constantes de
metro (Le Sacre du Printemps, 1913) y más tarde se llegó a prescindir de la
clásica notación métrica (Messiaen). Los ritmos de este compositor, derivados
en parte de las talas hindúes, parece que incidan de nuevo en la relatividad de
los valores de duración individual, pero el oído de sus contemporáneos estaba
demasiado acostumbrado al pulso como para perder su noción. La ruptura total
con el pulso se dio con a aparición de la música electrónica y la música
concreta. Los sonidos generados se referenciaban ahora sobre duraciones
temporales cronométricas (segundos). Estas duraciones se rellenaban, además,
con elementos inéditos hasta la fecha: sonidos sinusoidales puros -es decir,
sin referencia alguna a instrumentos acústicos convencionales- o mezclas
complejas -que aparecían en forma de ruidos-. Todo un nuevo mundo relacionado
con los modelos físicos y matemáticos de esta nueva época.
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