La cuarta pared es el nombre con que
se conoce la barrera imaginaria que separa una narración dramática –teatral,
cinematográfica, televisiva e incluso en la literatura escrita- de su
audiencia. En sentido metafórico, por tanto, es el límite entre un perceptor y
el objeto por él percibido. El simbolismo de la cuarta pared tiene una
correspondencia directa con el modelo perceptual sujeto/objeto y la ruptura de
la cuarta pared, por tanto, con la difuminación de tal dualidad. La superación
del canon platónico-kantiano, del cartesianismo y, con ello, de la Modernidad,
pasa necesariamente por la creación de metaposiciones por modificación del
esquema clásico. Aunque la ruptura de la cuarta pared se ha venido practicando
desde principios de la Modernidad (la auto-cita al inicio de la segunda
parte del Don Quijote y los vaudevilles
o moralejas finales del teatro dieciochesco valgan como ejemplo) la fijación de
tales instancias en la pantalla cinematográfica ha supuesto un eficacísimo
recurso dramático que hace temblar a los partidarios de posiciones fijas. En la
historia del cine la ruptura de la cuarta pared ya se utilizó frecuentemente
por los cómicos de la época heroica (Chaplin, Laurel&Hardy y Groucho Marx,
quien establecía en ocasiones diálogos con el putativo público –“algunas veces
la gente, para mi desconcierto, me responde”, explica en su autobiografía). Fuera
del ámbito de la comedia, donde la acción resulta más fácil de situar en un
metaespacio, una simple mirada a la cámara puede romper con fuerza la cuarta
pared. La primera mirada a la cámara del cine moderno si sitúa en 1953, en el
film de I Bergman Un verano con Mónica,
(este film también fue pionero presentando por primera vez fuera del negocio
porno un –suave- desnudo femenino). Todavía con más fuerza dramática –rara vez
en el cine se han dicho más cosas sin utilizar el lenguaje hablado-, la
liberadora mirada dirigida al alma del espectador al final de Le notti di Cabiria supone un giro total
respecto a la historia que se ha venido contando hasta ese momento. El mismo
Fellini utiliza de nuevo el abatimiento de la cuarta pared –esta vez con objeto
de encontrar un camino evolutivo de salida- al final de E la nave va, cuando la cámara retrocede y deja al descubierto la
aparatosa maquinaria que sostiene todo el decorado del film (dicho sea de paso,
tal procedimiento hace que cuando se retoma brevemente el hilo de la acción
antes de acabar ésta sea observada como un cartoon
americano de los años treinta). Siguiendo otra vez con Fellini –uno de mis
mitos personales- el final de 81/2 no rompe la cuarta pared pero establece
una nueva perspectiva entre lo narrado y su narrador de manera que los
observadores nos vemos arrastrados hacia el metaespacio que el autor hace
aparecer como un prestidigitador cuando saca un conejo de su chistera.
Moraleja: necesitamos romper nuestra cuarta pared de aprehensión del mundo para
poder encontrar el hilo del camino que, por momentos, estamos perdiendo.
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