Hace 35
o 40 años, cuando la parte negativa del cambio que hoy en día estrecha
implacablemente su cerco alrededor nuestro se estaba empezando a hacer sentir,
muchos films o tele-series utilizaban eficazmente la exageración con fines paródicos.
Así, en Moros y Cristianos, Berlanga
nos hablaba de la pérdida de los valores sólidamente compartidos en pos de lo
que entonces se llamaba “la imagen y sus asesores”. Como en 1985 todavía
quedaba un ápice de “valores sólidamente compartidos” este hecho permitía que
los espectadores rieran con ganas de una situación que hoy día ha quedado
tristemente englobada de forma casi inconsciente en nuestros diarios quehaceres.
En Ginger e Fred, el último gran film
de Fellini, también de 1985, se hilvanaba una cruel parodia del medio
televisivo –aunque el trasfondo de la película iba mucho más allá- fruto de la
rabieta de su autor a consecuencia de haber perdido su pleito contra
Berlusconi, quien “osaba” interrumpir las películas del maestro con publicidad
más que vulgar en los medios televisivos que éste último controlaba. Las
parodias de anuncios archivulgares que aparecen en el film han sido eventualmente
superadas por la subsiguiente realidad. Y encima, -ironía máxima de la
historia-, el magnate parodiado acabó siendo primer ministro de un país que,
como todos los del mundo, acabó perdiendo su compostura, su genialidad y su
dignidad. En las series televisivas Yes
Minister! y su secuela Yes, Prime
Minister!, la fina parodia alcanzaba a los políticos y sus decisiones. Visionando
estas series el público reía las ocurrencias sin ser ajeno a cierto sentido de
pavor fruto de la sospecha de que alguna de las situaciones descritas fuera
lejanamente cierta. En la serie se encajaban perfectamente los deseos
personales de los altos funcionarios que eran en realidad quienes controlaban a
los políticos con las decisiones que los políticos creían tomar libremente
basadas en las necesidades reales de los ciudadanos. Vistas en la distancia,
estas series nos parecen hoy día benévolas. El poder real quedaba allá en manos
de unos funcionarios perversos e interesados pero muy definidos y cuya avidez
de poder se limitaba a mantener su status
quo. Hoy día el poder viene detentado por unas figuras indefinidas y como
tales infinitamente ávidas de acrecentarlo y llegar hasta las más recónditas
zonas personales e íntimas de cada ciudadano. Las parodias de los años ochenta
se nos presentan ahora con ribetes nostálgicos.
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jueves, 28 de mayo de 2020
jueves, 21 de mayo de 2020
Confinamientos
Los que hemos tenido la
suerte, durante las horas punta de la pandemia, de no haber tenido que pasar
por un ERTE y poco a poco nos vamos reincorporando físicamente a nuestros
puestos de trabajo nos vemos ubicados –tal como presagiaba hace un par de
posts- en un mundo nuevo en donde la despersonalización ha ganado
definitivamente terreno. La misma tecnología que nos ha ayudado a poder superar
el aislamiento físico (me doy cuenta de que durante estos dos meses he hablado
desde casa con gente en Boston, San Francisco, Göteborg, Basilea y Wuhan –nada
que ver con el dichoso virus-) nos está ayudando ahora a aislarnos dentro de
nuestro entorno más próximo. El acercamiento general que hace de la Tierra la famosa
aldea global de la que se habla desde hace años está conllevando, irónicamente,
un alejamiento de nuestro prójimo más cercano físicamente. Almuerzo a tres metros
de distancia de mis vecinos más próximos. Ninguna conversación –sólo algún
intercambio de cortesía que no necesite demasiada intimidad ni explicaciones-.
Las reuniones con gente que está físicamente a menos de cien metros se hacen
por medios informáticos, tal como venía haciendo con Boston. Todo,
evidentemente, por mor de la seguridad y la higiene. Los supervivientes de
Auschwitz y Mauthausen explicaron que lo más terrible que sucedió en tales
terroríficos lugares no era tanto la tortura y el asesinato como la
despersonalización. Los prisioneros eran tratados como números, no como
personas, lo cual iba haciendo mella en los espíritus hasta deshilacharlos.
Nuestra sociedad cada vez va más en esa dirección. Todo se hace en nombre de
unas pétreas y optimizadas normas, en muchos casos ‘científicamente’ apoyadas,
y la gente se involucra menos y menos hasta parapetarse y desaparecer tras
dichas normas. El filósofo y músico Th. Adorno una vez más se equivocó cuando
dijo que “después de Auschwitz el valor de la música ha quedado en entredicho”.
Precisamente los supervivientes también explicaron que la música –el Arte-
parecía lo único capaz de revertir la despersonalización en medio de la
catástrofe. Lo que la redes sociales iniciaron mayoritariamente desde el entorno del ocio ha llegado ahora a los entornos laborales.
viernes, 15 de mayo de 2020
μήτρα
La actual situación de
confinamiento, inédita para la presente población de la sociedad occidental,
puede dar lugar a mil simbolismos, interpretaciones, vaticinios, épicas,
narrativas, narraciones, modelos o alharacas. Nuestro confinamiento puede ser
de tipo uterino, una especial gestación que nos lleve a un nacimiento en un
mundo nuevo. Para algunos también podría representar la crisis de una
metamorfosis personal de tipo deseablemente no tan convulso como la de G Samsa.
Para muchos el confinamiento se parecería más a una hibernación, a un puro
hiato hasta que la situación externa vuelva a ser -cosa poco probable- la misma
de antes. También ha podido dar lugar a una introspección, un alto en el
frenesí que nos envuelve habitualmente que ha permitido que afloraran semillas
olvidadas dentro de nuestro ser y hayan germinado con más o menos fuerza. El
confinamiento forzado de grupos humanos también se caracteriza por dar lugar a
fricciones que normalmente quedan disimuladas por la dilución de nuestras vidas
en una especie de estado no por vertiginoso semicatatónico. Útero,
Metamorfosis, Hibernación, Introspección o Fricción, de esta experiencia se
puede sacar mucho jugo.
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