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lunes, 22 de enero de 2007

Horizontes

Cuando se es joven, si la suerte no te ha jugado una mala pasada en tus edades tempranas, predomina la esperanza porque todavía eres una potencialidad. El panorama que se te ofrece en el horizonte es muy ancho y crees poderlo abarcar todo con facilidad. Pero eso no deja de ser una ilusión. Conforme vas efectuando tu camino por la vida el panorama se va reduciendo considerablemente (otra ilusión; ésta vez más amarga). En progresión geométrica. Paradójicamente, sin embargo, el campo de experiencia que dejas atrás en el tiempo (si tal consideración “espacial” del tiempo se puede todavía sostener) llena de alguna manera la aparente reducción del panorama. Forma parte del camino de la vida. A la belleza del horizonte interminable ha de seguir, de forma natural, la belleza de la efectualidad realizada. Pero no tanto como un camino que no hay y que sólo se hace al andar sino como una transformación que se realiza en mayor ó menor grado. Conforme la transformación tiene lugar se nos abren nuevos horizontes, antes impensables. En la antigua India, la vida se dividía en tres segmentos; la edad de 0 a 20 años correspondía al aprendizaje, entre los 20 y los 40 era la época de la reproducción y la lucha por el pan con que sustentar a ascendentes y descendentes. A partir de los 40 años comenzaba la época en que se debía cultivar la filosofía; la edad de la sabiduría que podía alimentar a la nueva generación. De esta manera se cerraba un ciclo de eterna recurrencia. Una ilustración más de la diferencia entre Oriente y Occidente. Aunque cada vez somos más conscientes de tales diferencias, por lo que las vamos limando de forma inconsciente. Al andar no se hace camino; se hace accesible una mayor proporción de integralidad.

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