Cuando se observa experimentalmente un hecho físico que no puede ser explicado dentro de las estructuras que la ciencia del momento posee como bagaje se adopta una de dos soluciones: o bien se supone que en un futuro relativamente próximo se podrá dar cuenta teórica de tal fenómeno, o bien se lo ignora completamente, colocándolo, si conviene, en el equívoco cajón de los temas pertenecientes a la pseudociencia. El hecho de escoger entre un grupo u otro depende en gran medida del grado de alejamiento de la realidad cotidiana, de la frecuencia de observación ó simplemente del hecho de que tales observaciones experimentales caigan dentro de dominios que habitualmente maneja la ciencia. Así, por ejemplo, ni el efecto de “agrandamiento” de la luna cuando se halla cerca del horizonte ni el fenómeno de la descomposición radiactiva se hallan adecuadamente explicados por la física. Pero al ser fenómenos cotidianos y fácilmente mensurables, nadie los colocaría en el cajón de la pseudociencia. Es más, seguro que el grueso de la población cree que son fenómenos más que explicados por los expertos. Y la mayoría de los expertos piensa que algún día serán adecuadamente explicados sin tener que hacer grandes cambios en los planteamientos de la mecánica. Es, en cierta medida, lo mismo que sucedió cuando la teoría newtoniana fue incapaz de explicar ciertas desviaciones en los parámetros calculados para el planeta Urano. No se descartó la teoría sino que se esperó a que nuevos descubrimientos –la presencia del planeta Neptuno- revelaran al causante de tal desviación. Cuando se da cuenta de fenómenos como el “efecto de mirar por detrás a alguien”, la telepatía ó el efecto placebo, cuya etiología se escapa más a lo puramente físico y cuya reproducibilidad acusa más el efecto de la estadística, gran parte de la ortodoxia arruga la nariz y comienza a mirar hacia el cajón de la pseudociencia (aunque ellos mismos hayan experimentado alguna vez en propias carnes alguno de tales efectos, mucho más comunes de lo que pueda parecer a primera vista). Cuando el fenómeno considerado se acerca todavía más a lo que Jung clasificaba como sincronicidad (astrología, radiestesia), la balanza se decanta ya en la mayoría de los casos hacia la pseudociencia. Es entonces cuando el conocimiento científico es claramente insuficiente. La ciencia propiamente dicha sólo puede abordar fenómenos capaces de ser percibidos mental-racionalmente. Los fenómenos que precisan de gran energía psíquica para ser activados –por ejemplo, los sincrónicos- se hallan más allá de sus límites. Sería necesaria entonces una ciencia –ó como se la quiera llamar- transmental. Curiosamente, en castellano experimentar (notar en uno mismo una impresión ó sentimiento) y hacer un experimento (operación destinada a descubrir, comprobar ó demostrar determinados fenómenos ó principios científicos) tienen la misma raíz.
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