Una sociedad como la nuestra en la que cada vez más individuos quieren aprovecharse de los débiles –y se importan débiles si hace falta aumentar su masa crítica-, en que se retan constantemente los límites de la legalidad, que a su vez va ampliando sus miras conforme las necesidades de los poderosos, que ve como la despersonalización gana terreno día a día y un sistema anónimo envía automáticamente mails a los que no se puede responder para comunicarte que has sido despedido de tu trabajo ó para hacerte llegar condolencias por la muerte de un ser querido, una sociedad falsamente triunfalista en la que no cabe la crítica y cualquier atisbo de desviacionismo del rebaño acaba siendo castigado, en la que un narcisismo compulsivo impide la visión serena y acaban confundiéndose las zanahorias podridas con el maná celestial; una sociedad que ha llegado a confundir el relativismo moral con la inexistencia del sentido moral sólo puede describirse como la sociedad de la miseria moral. Sin embargo, todo tiene numerosas lecturas y basta que abramos más nuestra mente para impedir caer en una espiral depresiva. En el último de los mahlerianos Kindertotenlieder, sobre textos de Friedrich Rückert, la orquesta describe una terrible tormenta que acompaña la angustia de alguien quien se recrimina el haber dejado salir a sus hijos con tal tiempo. Después de un paroxístico clímax que envuelve las crecientemente obsesivas autorecriminaciones la atmósfera cambia cuando el texto, sobre la música de una tranquila nana, sugiere que ahora los niños están en el paraíso, tan seguros como en el regazo de su madre. Cuando acaba la canción nos damos cuenta de que tanto la tormenta como lo calma no son más que estados mentales y que el turning point que se produce a media canción no es más que la aceptación de una situación. De forma paralela, aceptando la presente coyuntura como etapa necesaria de transición hacia una nueva situación que nuestra conciencia pueda reconocer realmente como nueva y productiva se ha convertido en una de las pocas maneras de sobrevivir la locura actual. Además basta abrir un poco los ojos para observar los cambios profundos que ya se están operando; no en la superficie pero sí crecientemente a niveles más profundos.
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