Leo una reciente noticia sobre un robot japonés que hace las veces de director de orquesta. Después de una prueba con la Filarmónica de Detroit, uno de sus miembros comentó que el parecido gestual con un director humano era enorme pero había un problema: los músicos reaccionaban ante el robot, pero el robot no reaccionaba frente a los músicos. La retroalimentación, en teoría, puede ser tan limitada ó ilimitada como el gesto primario. Solamente se trata de un problema tecnológico; algo así como los límites en nuestra capacidad de digitalizar ó construir cualidades con cantidades. El problema es que los seres orgánicos construyen la red de información en base a los progresivamente más sofisticados loops del feed-back, mientras que el engendro de Honda es incapaz de hacer esto: en términos cibernéticos, no es un sistema con autoacoplamiento convergente. Una orquesta y su director están unidos por muchos más vínculos –están, literalmente, resonando- que la pura gestualidad. Cualquiera que haya hecho música en grupo sabe a qué me estoy refiriendo. Sobre el tejido de una base común, ciertamente cada vez más abstracta y menos cultural (aquí también se detectan los efectos de la globalización), los humanos son capaces de tejer una compleja red sistémica que pone en contacto a sus miembros, que acaban así actuando orgánicamente, más como una comunidad que como una suma de individuos, al igual que los insectos sociales ó determinadas organismos que dan lugar en según qué circunstancias a un superindividuo.
3 comentarios:
hermosos todos estos artículos, carles, los cuatro anteriores tb. no comento tan seguido para no incordiar, pero estoy siempre por acá (o te oteo desde el google reader).
el cierre del post me recuerda un texto de lévy-strauss en el que dice que hay un umbral de los organismos biológicos (en aproximadamente diez mil millones de ejemplares de una especie) en que los individuos comienzan a actuar de manera mancomunada, como con telepatía, y que este fenómeno es el origen de los organismos pluricelulares, del tejido vivo, etcétera. la especie humana anda por los seis mil seiscientos, seis mil setecientos millones. de algún modo, esta acotación mía se relaciona con posts tuyos más viejos donde se habla de jung y de sincronicidad: en síntesis, fenómenos parapsíquicos metapsíquicos o tranpsíquicos cuyo sentido, existencia y consecuencias quizá aún no podemos avizorar, ni imaginar, y que parecerían absurdos a nuestra mente cartesiana, aún cartesiana y meramente materialista.
quizá la conciencia planetaria es la forma en que vagamente comienza a formarse esa nueva conciencia o transconciencia, y la religión y la música han sido sus primeras prefiguraciones.
besos!
y cuando digo "cartesiana y meramente materialista" quiero significar que el materialismo y sus derivados (de los que no puedo abjurar del todo sin abjurar de mi cultura, y por lo tanto de mi humanidad, voto a rorty!) se quedaron con uno de los polos del dualismo res cogitans / res extensa, pero seguimos con esa dualidad en la cabeza. precisamente esa configuración intelectual nuestra es la que nos impide concebir esa otra quizá en ciernes.
Hola Mara,
Toda evolución tiene su precio.
Rorty fue un gran pensador, pero creo que, como otros muchos filósofos del XX, es especialmente lúcido cuando perfila límites, fija posibilidades. El pensamiento más allá de estos límites ya no puede ser llamado filosofía. Estos límites ya los había dibujado Wittgenstein cuando llega al famoso "de lo que no se puede hablar, más vale callar".
La ciencia ortodoxa, sin embargo, empezó a abandonar el cartesianismo hace casi 100 años. La cosa se va moviendo.
Besos,
Carles
Publicar un comentario