Existe en castellano un refrán que reza literalmente: “si quieres ser feliz como dices, muchacho, no analices”. A primera vista, en este caso, la sabiduría popular equipara el estado de felicidad con el de desconocimiento. En esto sigue a la protonarración bíblica en la que el Paraíso corresponde a la inocencia y es el ansia de conocimiento lo que provoca la duda y la caída. En las metafísicas orientales la situación es exactamente la inversa: el conocimiento es el que procura la felicidad. Quizá lo que ya es distinto para ambas filosofías es el concepto de felicidad. Todavía una buena parte de la gente cree que la felicidad está ligada a las posesiones ó a la seguridad materiales, o bien a la continua satisfacción del ego. Y también lo cree el colectivo de la sociedad, que persigue como meta deseable el crecimiento económico ilimitado y la explotación ilimitada de los recursos naturales. Lo que indudablemente procura el conocimiento es la liberación. Y por conocimiento, evidentemente, no me refiero a la adquisición de datos sobre la “realidad externa”, sino más bien al grado de conciencia que lleguemos a alcanzar. Existe un grado de felicidad relativa ligado a la acotación –involuntaria ó deseada – respecto al grado de conocimiento. Muchos individuos prefieren ignorar gran parte del mundo que les rodea para así no destruir su inocencia y seguir siendo felices. Tienen una parte de razón, en cuanto a que lo que no es útil y sólo sirve para amargarnos más vale ignorarlo. Pero aquí también entra la ignorancia respecto a la explotación del prójimo y del medio que nos permite seguir tranquilos y felices en nuestra inestable situación. Quizás si analizamos más a fondo el refrán caeremos en la cuenta de que la acotación “feliz como dices” delimita el término felicidad y lo dirige hacia la acepción antes apuntada.
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