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miércoles, 10 de septiembre de 2008

Taminos y Papagenos


Si uno tuviera que analizar la situación presente de la creación artística a través de lo que los mass media anuncian y promocionan se quedaría solamente con una pequeñísima fracción de lo que pretende ser duradero ó históricamente significativo mientras que el grueso de sus apreciaciones iría a parar a lo que se ha venido en denominar “cultura popular”. No estoy entrando en ningún tipo de valoración ni análisis de significado. Hace pocos días todavía leía “…en la época de la música clásica no existían medios de grabación…”. El escrito no se refería precisamente al clasicismo vienés de 1790, sino que efectuaba una especie de ecuación tácita música clásica = pasado / música moderna = presente. Era una muestra más del periodismo inculto y chusco a que nos ha llegado a acostumbrar la prensa diaria. En el mundo de las letras la situación no es mucho mejor. Las páginas de cultura (¿?) de los diarios promocionan best-sellers con ditirambos que deberían asociarse tan sólo con unos pocos genios escogidos. Ahora se aplican sobre todo a los genios que generan grandes ingresos editoriales ó discográficos. Los que tomaban la pugna entre los sistemas capitalista y socialista como una carrera de obstáculos con ganador por abandono del contrario (F. Fukuyama) se equivocaban en la base. El capitalismo resultante de la caída del socialismo es tan materialista como las doctrinas decimonónicas que dieron lugar al propio comunismo. Merde a Vauvan. Y como andamos faltos de verdaderos genios, de los que ven más allá de pasado mañana y profundizan por debajo de la epidermis, ahora la sociedad pretende que cualquiera puede ser un genio. Me parece muy bien que se promocione la creación y se anime a todo el mundo a participar de ella, pero de eso a hacer creer que cualquiera que manipule cuatro sonidos electrónicos obtenga un resultado tan interesante como lo hacían Nono ó Maderna va todo un mundo. Es, sin duda, una muestra más del narcisismo boomeritis. Todo lo que he ido apuntando va ligado a un hecho que me parece autoevidente, y es ni más ni menos que el grado de consciencia que podamos aplicar en la aprehensión de una obra artística. Desde las tribunas populares se acusa al arte contemporáneo –especialmente a la música, seguramente porque este vocablo puede llegar a designar objetos muy diferentes- de estar encerrado en una torre de marfil. Sin duda alguna existe en todo lugar una pléyade de pequeños artistas con muchos humos que creen que un hermetismo buscado a conciencia garantiza la importancia de una obra. Pero lo que se evita siempre –en nombre de lo políticamente correcto- es la mención de que la captura de una pieza de música exige un esfuerzo por nuestra parte –esfuerzo que luego se verá más que recompensado- y que alguien con oído musical y que lleve cuarenta años escuchando música no tendrá la misma apreciación que el que no disponga de tales predisposiciones naturales ó entrenamiento. Una de las milagrosas cualidades de las grandes obras de arte es que pueden ser revisitadas continuamente a lo largo de tu vida y que cada vez, en cada período madurativo, tendrán algo que decirte, algún misterio que revelarte. Es precisamente esta multipotencialidad la que las hace vivas en tu presencia, sea cual sea tu grado de evolución. Evidentemente, existen obras de más fácil acceso (las que utilizan un lenguaje más cercano a las convenciones del momento ó que apelan más directamente a los llamados “sentimientos”), pero a pesar de ello no debemos girar la vista ante las que exigen un mayor esfuerzo inicial. Creo que fue Somerset Maugham quien dijo algo así de que no quería seguir escribiendo piezas teatrales por que se veía con ánimo de complacer tanto a la doncella en su día libre situada en el gallinero como al crítico del Times situado en la platea por separado, pero no a los dos al mismo tiempo. Dejando de lado el detalle clasista propio de la educación anglosajona, la frase no revela más que la falta de dotes para la creación dramática, hecho por otra parte bastante común en un novelista -aun en los grandes narradores-. Si en vez de cultivarnos para ir madurando y accediendo a nuevos niveles de aprehensión lo único que hacemos es exigir facilidad llegaremos a desterrar definitivamente de nuestro entorno la posibilidad de crecimiento. Tendremos una sociedad con muchísimos Papagenos y poquísimos Taminos. Ya sé que el primer personaje resulta más popular que el segundo, pero también hay que tener en cuenta que votaron a Hitler, pongamos por caso, más Papagenos que Taminos.

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