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viernes, 5 de diciembre de 2008

Miedo


El miedo colectivo, que amenaza a la humanidad desde sus albores, parece haberse instalado de nuevo entre nosotros. Primero lo hace de forma inconsciente, amenazadora. Eso resulta ya muy terrible para una sociedad que tiene miedo de tener miedo, o sea, de enfrentarse cara a cara consigo misma. Porque tal cuidadosa autoobservación conduciría implacablemente a una catarsis largamente evitada. De forma significativa, esta especie de instinto de evitación lo único que hace es acelerar la huída hacia delante, como la de las protagonistas del film Thelma & Louise que, aplazando lo que parece inevitable no hacen más que aumentar la probabilidad de que eso mismo ocurra. Poco a poco la cara del adversario se va perfilando con más nitidez: cada uno teme perder aquello a lo que más se aferra: posesiones materiales, comodidades, poder, hinchazón del ego y mil cosas más. En este estado de cosas hacen su aparición los salvadores automáticos de la humanidad: las sectas, que piensan por ti, los fascismos, que actúan por ti, y los chusqueros miserables que han estado anteriormente agazapados –como los flamingeants de la canción de Jacques Brel, “fascistas durante las guerras y católicos entre ellas”-, personajes estos que aglutinan tanto elementos sectarios como fascistas. Entonces es cuando el miedo cobra una dimensión desconocida, porque por un lado es alimentado desde los sustratos más profundos de la mente y por el otro afecta a la pérdida de valores también más profundos, como el sentimiento de la libertad ó la dignidad humanas. ¿Cuándo empezaremos a escuchar a Laoconte en lugar de mirar hacia otro lado mientras el ruido de fondo crece de forma amenazadora?

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