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viernes, 20 de febrero de 2009

Intelectuales


La apelación intelectual ha levantado histórica y actualmente muchos recelos en muchas áreas geográficas (España es una de esas áreas). Ello ha sucedido así por dos causas principalmente: por un lado los intelectuales no han estado a la altura y han sido percibidos como elementos acomodaticios, cooperantes con los poderes fácticos ó simplemente parásitos. Entonces también conviene mirar la otra cara de la cuestión: quién emite tales juicios y por qué. Las dictaduras suelen odiar a los intelectuales –los no acomodaticios, claro está- por motivos obvios y en consecuencia siempre intentan minar su imagen (o pasar a la acción directamente cuando el caso se hace más combativo; ahí tenemos al torturado y asesinado Víctor Jara en el Chile de Pinochet). En muchas ocasiones los motivos del odio subyacen en fuertes frustraciones no resueltas ó actuaciones mesiánicas rozando la locura (El fusilamiento, en plena Guerra Civil española, por parte de las fuerzas de Durruti, de los reclusos comunes de la prisión de Lleida que no mostraban callos y duricias en sus manos ó las fuerzas de Pol Pot asesinando en Camboya a las personas a las que se les hallaba en posesión de un cepillo de dientes, castigos inflingidos en ambos casos por delito de “intelectualidad”). Quizás convenga redefinir el término: intelectuales son los personajes de la vida pública del tipo de los pensadores, creadores artísticos y literarios, pero también los investigadores científicos –¡dejaros ya de la mandanga de que la ciencia es objetiva y amoral!- y también los sabios y los poetas, así como todo aquel con inquietudes que vaya tan sólo ligeramente más allá de lo que su ámbito particular le impone. Intelectuales, en suma, lo podemos ser casi todos, desde el loco Nerón cantando a la piromanía hasta el albañil-poeta de Amarcord excluyendo, en todo caso, a los funcionarios y burócratas que se parapetan tras lo más rancio del sistema.

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