La progresiva incorporación de los conceptos postmodernos (o mejor debería decir la progresiva desincorporación de las estructuras de la modernidad) en nuestra vida diaria ha supuesto un desplazamiento de muchas de las funciones que realizamos cotidianamente. Y quizás una de las más significativas es el corrimiento del énfasis desde los aspectos creativos hasta los comunicativos. Hoy se habla mucho de creación y de innovación, pero en realidad el noventa por ciento de nuestros esfuerzos se dedican a la comunicación. Es comprensible que cuando los paradigmas están bien establecidos y el suelo común presenta estabilidad el esfuerzo se concentre en la creación. Cuando los paradigmas se amplían, se modifican, ó simplemente se relativizan, debemos pasarnos mucho tiempo enmarcando nuestras afirmaciones. Y este fenómeno abarca grandes extensiones de áreas de conocimiento. Desde el terreno de la crítica y las Humanidades, en donde la comunicación exige la cuidadosa delimitación de nuestro metaespacio, hasta las explicaciones populares de temas científicos –en donde se da por sentada normalmente la existencia de un único espacio cognitivo real posible-. También existe la tendencia a la sobrecomunicación, que casi siempre roza el ridículo ó la más simplona hipocresía, como los anuncios de las “misiones” de las organizaciones.
El arte, la mística y el amor no necesitan la metacomunicación asociada porque o son omniabarcantes o no son. Leí hace un tiempo en un blog amigo que “el poeta es como un taxi que lleva a la gente a donde la gente quiera ir”. Esta frase expresa a la perfección y de manera sencilla la riqueza multifocal de la obra artística, que es capaz de dar pie a infinitas experiencias estéticas diferentes, independientemente del lenguaje empleado (el lenguaje empleado sí que es paradigmático y cultural). La mística, como dice Wittgenstein, no consiste en cómo es el mundo, sino en que sea. Es decir, consiste en la aceptación incondicional de la provisionalidad y limitación de todos nuestros puntos de vista y la consiguiente integración ó mejor dilución del yo en el conjunto del cosmos. La metacomunicación se hace necesaria sobretodo cuanto más incapaces somos de percibir que no somos observadores objetivos de lo que nos rodea. Por fin, el amor no necesita metacomunicación porque es incondicional (el pacto de convivencia, posible consecuencia del amor, sí puede serlo). Colofón: hoy me entero de que en una guardería incitan ya a los niños de tres años a hacer presentaciones. En una cartulina o, mejor aún, con PowerPoint. Lo dicho...
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