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viernes, 4 de diciembre de 2009
Instintos
Dentro del proceso desestructurativo que sufre la civilización (¿occidental?) en la actualidad, un hecho llama fuertemente la atención, especialmente a los que por edad han vivido aparentemente la situación opuesta. Se trata de la obsesión por la sexualidad. La sola mención de esta palabra, hace cincuenta años, era considerada ofensiva para muchos (y no sólo en lugares mojigatos como la España de la época). Hoy en día la extensa profusión del tema ha llegado a restarle, si más no, fuerza social. Evidentemente que la revolución sexual de los 60’ tuvo una importante influencia en la demolición del tabú. Pero el tabú no sólo se ha demolido, sino que sus residuos –y he aquí lo trágico- se han vulgarizado. No estoy hablando de relatividad moral ni cosas por el estilo. Simplemente intento relacionar el proceso deconstructivo actual con la citada obsesión. Algunos alegarán que esta obsesión siempre ha existido y que en ciertos momentos históricos se hallaba fuertemente reprimida. No voy a negar del todo esta percepción, pero puedo recordar que todos los momentos históricos han tenido sus mecanismos de compensación de las represiones, desde las bacanales romanas hasta las consultas de las damas de la alta burguesía de la Viena finisecular al Dr Freud. Otros hablarán de liberación de los instintos con objeto de compensar la creciente racionalidad, que además se tiende a utilizar como agente opresor. Eso creo que empieza a tener más sentido. Sin embargo, no debemos adscribir la sexualidad solamente al nivel instintivo, ó incluso primitivo. Se trata más bien de un fenómeno esencial que puede teñirse de muchos colores ó estratos de desarrollo. La sexualidad es una fuerza de la naturaleza que existe en el reino animal (e incluso en el vegetal) y que impele a una serie de eventos. Pero si sobrepasamos los estratos más primitivos (que no solamente incluyen la fecundación y reproducción sino también la organización familiar y tribal; y que conste que también me refiero a los animales inferiores) podemos acceder a estructuras situadas en otro nivel de desarrollo. La sexualidad responde también a un fuerte deseo creativo en cualquier ámbito; basta observar las formas genitales que aparecen en los cuadros de numerosos artistas (Miró) ó los cuadernos de dibujo que Fellini garabateaba durante la elaboración de un nuevo film. Leo en un portal de noticias que los varones humanos se fijan especialmente en las nalgas y los pechos femeninos debido a un tema de puro instinto reproductivo, y que los humanos son una especie animal más. Todo ello es evidente, pero difícilmente nadie negará que los humanos constituyen la especie animal más desarrollada del planeta y que, consecuentemente, además de los instintos, responden a drivers de naturaleza más desarrollada. Todas las religiones (desde el pudibundo judeocristianismo hasta el desinhibido hinduismo) han reconocido la relación entre la sexualidad y el misticismo. Detrás de lo que se ha llamado la petite morte se esconden los primeros atisbos de la superación del ego, la muerte del yo. Una vez más pretendo ilustrar cómo los más diversos ítems no están enclaustrados en conceptos dualistas sino por nuestra mente. El encorsetamiento desaparece con sólo invocar a una espiral de desarrollo, a un despliegue evolutivo.
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