Leo en el periódico que investigadores de Harvard han constatado que la conciencia moral del individuo reside en una localización concreta del cerebro (hallazgo paralelo a la tesis que A. Damasio sostiene hace años). Pero no solo eso. El equipo ha sido capaz de modificar los juicios morales de sus conejillos de indias humanos con la sola aplicación de un campo magnético sobre esa zona que la deja temporalmente fuera de servicio. No tengo ningún inconveniente en aceptar el hecho de que exista un correlato neurológico de los juicios morales. También existen correlatos neuromotores que rigen cuando Radu Lupu toca el Concierto Emperador de Beethoven; incluso es probable que si se somete a Lupu a un fuerte campo magnético en la zona adecuada, deje de tocar el Emperador como suele hacerlo y lo haga como cualquier estudiante. Las tesis que sostiene el paper vienen a decir que el sentido de la justicia ó de la moralidad no dependen tanto de la educación recibida como de la biología. O sea que vuelve a poner en la palestra la dualidad cartesiana, decantándose en lo que concierne al tema estudiado hacia uno de sus términos, el de la materia. Creo que el error es precisamente éste: el querer cubrir cualquier juicio con esta dicotomía. Los juicios morales, el lenguaje (al que también hacen referencia los investigadores) y el arte de hacer música están representados todos en la biología, pero unos individuos los desarrollan más que otros. El día que la experiencia y el desarrollo obtenido con esfuerzo se puedan activar con un campo magnético (y espero que ese día tarde en llegar, si ha de hacerlo) tendré que revisar buena parte de mis ideas. Lo que sí ya ha llegado, me temo, es el método meramente físico para provocar regresiones en los ciudadanos. ¡Cuidado con los campos magnéticos!
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