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sábado, 14 de agosto de 2010

Clásicos


Es un hecho ya muy comentado aquí el que las obras de arte ofrecen una rica disposición de facetas que permiten que su público potencial pueda casi siempre identificarse con alguna de ellas, sean cuales sean sus gustos personales y su grado de desenvolvimiento. De esa manera podemos revisitar las obras a medida que nuestra experiencia avanza y observar cómo ellas también parecen madurar junto con nosotros. De la misma manera que algunas obras viajan con nosotros y con nosotros se renuevan, otras dejan de hacerlo porque nuestra identificación de alguna manera se relativiza ó incluso disminuye y llega a desaparecer. Quizás porque no pueden crecer con nosotros ó porque nosotros crecemos en otra dirección. Aunque en éste último caso siempre es posible el ulterior reencuentro, en un entorno renovado. Cuando el propio aliento de la obra es tan escaso que difícilmente puede viajar muy allá estamos en el primer caso. Esta afirmación es abiertamente incompatible con los postulados de la postmodernidad, por cierto. Me acuerdo a tal respecto de una entrevista hecha a Ingmar Bergman en ocasión del estreno de su Flauta Mágica en la que el director sueco afirmaba que en su juventud solamente se había interesado por dos óperas, la mencionada obra de Mozart, y la Mignon de Ambroise Thomas, asegurando que en este último caso el motivo del interés debía de ser la soprano protagonista. En la modalidad citada de las obras que no viajan por falta de aliento lo que debemos de hacer es relativizarlas, ponerlas en su lugar. Cuando Stravinsky, acérrimo defensor de la música de Tchaikovsky, sale al encuentro de los que tachan a su ilustre predecesor de “banal”, recalca que la banalidad consiste en colocar las cosas en la categoría que no les corresponde. Como la música de Tchaikovsky no pretende ser colocada en ninguna categoría en particular, las acusaciones, dice, están fuera de lugar. ¿A quienes solemos reencontrar al cabo de los años, con aspecto renovado y ofreciéndonos una rica paleta que en nuestras épocas juveniles no intuíamos? A los grandes clásicos. Seulement les romantiques peuvent comprendre les classiques parce qu’ils les lisent comme ont été écrits, romantiquement, lanza un retador Proust. A los clásicos incluso los románticos los pueden captar, esto lo digo yo. Otro asunto es el definir con precisión el concepto de clásicos. El estilo clásico ¿representa la culminación del estilo de la “práctica común” o más bien establece los jalones que la definen? Tema interesante para otra entrada.

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