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lunes, 30 de agosto de 2010

Representaciones


Esta mañana he podido observar la presencia de pequeñas nubecillas iluminadas por el tímido sol naciente que recordaban a las que aparecen en los cuadros de Canaletto. Poco más tarde han evolucionado hacia grandes cúmulos lechosos tales como los que aparecen en los frescos de Tiépolo, que después se han transformado, por fin, en un cielo amenazador como en algunos cuadros de Turner. La naturaleza imita al arte, vieja frase que expresa un modo de sentir muy particular. Las emociones que puede suscitar la contemplación de la naturaleza filtrada a través de la cultura poco tienen que ver con las que puede suscitar la contemplación de la propia naturaleza. Más que una emoción real frente a una intelectualizada lo que aquí entra en juego es todo un sistema de representaciones. Se trata de algo parecido a una cita literaria: los que las utilizan usualmente –exceptuando, tal vez, aquellos que lo hacen simplemente para barnizarse con una vana capa de culteranismo-, muestran, en el fondo, su mapa de identificaciones y, con ello, su auténtica “realidad”, aquella en la que ubican sus impulsos y energías. En algunas ocasiones el simple sonido de una puerta cerrándose evoca en mí el sonido inicial de la pieza de Stravinsky The Flood -que allá quiere simbolizar el origen del mundo de acuerdo con el Génesis-, haciéndome así salivar cual perro de Pavlov, hecho que al tiempo me recuerda el condicionamiento previo al que he estado sometido. Y éste es, una vez más, el punto clave. Recuerdo que hace unos treinta y cinco años, el chirrido del freno de un ferrocarril metropolitano evocó tanto en mí como en un compañero el famoso acorde de Tristan –huelga decir que en aquella época estábamos impregnados de Wagner-, así como el rechinar de la puerta de un aula que siempre asociaba al famoso arpegio de la flauta en la straussiana Salome, sensación definitoria también del paisaje de aquel momento. El caso auditivo más extremo que he vivido hizo que oyera el sonido de los cencerros de un rebaño de ovejas que se aproximaba como una composición à la Cage –para gran escándalo de los que reconocían el sonido como habitual-. La famosa secuencia de fotografías mostrando a George Balanchine “coreografiando” los movimientos de su gato ó la no menos celebrada e irónica frase del personaje de la felliniana E la nave va (¡qué bella puesta de sol!¡parece un decorado! -refiriéndose a un nada disimulado decorado-) se sitúan también alrededor de la supuesta dicotomía naturaleza/cultura.

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