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martes, 23 de noviembre de 2010

Hemisferios

Nuestro dogma neurobiológico actual nos asegura que los dos hemisferios del cerebro humano están relacionados con actividades de tipo muy diferente, actividades que se pueden agrupar en dos listas que formarían una muy concreta polaridad: razón/emoción, pensamiento lineal/pensamiento circular, pensamiento analítico/pensamiento holístico, comprensión/ relación, y así sucesivamente. El dogma también afirma, a día de hoy, que ambos tipos de actividades son necesarios para el normal desenvolvimiento de las personas. Las facciones más avanzadas incluso preconizan la necesidad de interrelación para tal desenvolvimiento (la famosa “inteligencia emocional” y términos similares). ¿Cuál es, entonces, el origen de la citada polaridad? Cabe recordar el concepto, introducido por Jung, de la enantiodromía, según el cual una determinada cualidad crece hasta que se convierte en su opuesta. Uno de los ejemplos más característicos de enantiodromía lo constituye el paso de la Ilustración al Romanticismo. Las ideas de la Ilustración, procedentes del entusiasmo por la racionalidad (y que incluyen el liberalismo, la Revolución Francesa y los derechos civiles) dieron lugar, en pocas décadas, a la negación de ésta, el Romanticismo. La figura del siempre presente Beethoven se adapta muy bien a este proceso. Beethoven parte del estilo clásico de su maestro Haydn que corona la Ilustración (el llamado primer estilo beethoveniano). Después, con la progresiva influencia del Sturm und Drang (que, dicho sea de paso, Haydn también sufrió) llega, alrededor de 1800, al estilo de madurez. Aunque las obras de este segundo período dieran ya lugar a una abundancia de literatura barata posterior, cabe recordar que los principios de direccionalidad, formalismo y organicidad estructural se vieron aún reforzados respecto a su primer período. Es precisamente aquí donde nace el concepto (todavía manejado por los serialistas de mitad del S XX) de célula musical. En su famoso tercer período, ya situado cerca de la explosión del Romanticismo (“el sueño de la razón produce monstruos”, inscribe en un grabado contemporáneo su coetáneo Goya), a partir de 1820, el compositor de Bonn parece avanzar el la dirección contraria al formalismo anterior, pero, una vez más, eso es tan sólo el fruto de una impresión apresurada. El formalismo subyace fuera de todo dogma y, lo que es más interesante, la fuerte direccionalidad del segundo período ha cedido algo en pos de un discurso más circular. El desarrollo de una célula musical puede llegar a hacerse inaudito, como en las Variaciones Diabelli. Lo que sucedió en las décadas posteriores a la muerte de Beethoven es mucho más curioso ya que los compositores románticos hicieron de él su estandarte (no todos; Chopin solamente apreciaba una de las 32 sonatas de piano, y no precisamente una de las últimas) y el pobre compositor de Bonn llegó al S XX con una pátina que fue necesario limpiar para llegar a “redescubrirlo” más allá de la mala literatura con que su obra fue progresivamente adornada a lo largo del siglo postrior a su muerte. Los románticos “antiformalistas”, por así decirlo, se veían a sí mismos como estandartes del futuro (la Zukunftmusik wagneriana), sin sospechar nada sobre el carácter más bien regresivo de su postura (independientemente del progreso armónico que supuso su obra), negando por ejemplo, la “modernidad” de la música de Brahms, característica que sería apreciada solamente ya entrado el S XX. Conclusión: para avanzar de forma auténticamente evolutiva, más que negar, lo que hay que hacer es incluir y equilibrar cualquier exceso, integrando así en vez de reforzando dualidades.

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