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martes, 24 de abril de 2012

Conversión


   Actualmente estamos aparentemente más preocupados por el medio ambiente que en otras épocas, pero en realidad generamos residuos de sobreproducción en cantidades incomparables con las que se producían en épocas con menos conciencia del hecho. Y la única manera de solucionar el caso no consiste en promulgar leyes limitadoras (que por el momento sí son necesarias). La única manera de solucionarlo consiste en la toma de conciencia por parte de la mayoria del colectivo (generadores propiamente dichos, pero especialmente consumidores y gestores de residuos de todo tipo, cuyo concurso es tan necesario para el status quo como el de los generadores, a quien siempre identificamos como culpables). Y toma de conciencia no quiere decir el acatar las leyes limitadoras dejando a etéreos expertos que aconsejen al gran público. La superación de la esclavitud precisó de leyes limitadoras, mártires reconocidos y anónimos, presión social y otros elementos, pero la esclavitud no acabó históricamente de facto hasta que una masa crítica de ciudadanos alcanzó un grado de conciencia suficiente como para considerarla una práctica primitiva y moralmente inaceptable. Y lo mismo pasó con su secuela: el racismo, una especie de refugio regresivo donde se atrincheraron los acatadores de leyes pero inconversos. Y ésta es la palabra clave: conversión. El término nos puede despertar resonancias negativas, porque implica un cambio brusco que puede ir tanto en la dirección de una mayor amplitud de conciencia (“awareness”) como también, en sentido contrario, hacia una abducción de personalidad propia de las sectas. Dicho sea de paso, el racismo, que en fechas más recientes ha sido considerado inapropiado por un grueso crítico de la población (hace 50 años el racismo era una forma de pensar habitual y respetable en muchas comunidades de países supuestamente civilizados) todavía ha tenido, a su vez, otra secuela: la xenofobia. Gracias al miedo a evolucionar y a contemplar procesos evolutivos como objetos inamovibles, la señora LePen y el señor Breivik cuentan con un escalofriante número de seguidores.

2 comentarios:

Lluís P. dijo...

Fratello,
Cuando se promulga una ley limitadora es porque ya existe un grado de conversión suficiente en la sociedad, es decir, que la conversión precede a la ley. Los políticos impulsarán esta ley presionados por una conciencia social que ya ha manifestado su intención de frenar la contaminación medioambiental, erradicar la esclavitut o evitar conductas racistas. Sin embargo, sí que es verdad que la sola existencia de la ley limitadora no significa que la conciencia social haya alcanzado una masa social crítica suficiente como para evitar cierta regresión futura. La conversión de la que nos hablas es un poco como el acertado trampantojo que acompaña al texto: unas veces ves la cara del viejo, otras la pareja con el perro durmiente, lo cual nos indica que se trata de algo frágil que hay que cuidar constantemente si queremos evitar desmanes medioambientales, esclavos en pleno siglo XXI o brotes de racismo como consecuencia de crisis económicas. La conversión es un estado de equilibrio metaestable, el punto de ensilladura en una curva de nivel, y fácilmente puede decantarse hacia mínimos (regresión) si no la empujamos entre todos hacia máximos (mayor grado de conversión).
Gracias por hacernos reflexionar,
fp

carles p dijo...

Fratello,
Evidentemente que cuando una ley se promulga es que responde al sentir de un grueso de la sociedad. Pero las leyes son precisas y limitadas. El que siente que algo no acaba de funcionar necesita ir más allá de la ley (que se acabará modificando e incorporando las nuevas necesidades de forma progresiva). No sé si las conversiones son metaestables, lo que es seguro es que las conversiones deben de ser constantemente alimentadas (o empujadas, como dices tú).
Grazie a lei,
fp