El arco dramático en los filmes de Fellini suele incluir un viaje iniciático, una experiencia, que conduce a la revisitación del principio del camino, pero habiendo añadido una dimensión nueva que se ha generado en la conciencia de los personajes y de los espectadores a lo largo del propio film. En ocasiones el/la protagonista simplemente se hace consciente y acepta su destino, su naturaleza profunda, su auténtico yo, cosa que l@ transfigura. Es el caso de Cabiria en los famosos planos finales del film, la fiesta en la que Guido Anselmi se integra junto a todos los personajes de su vida al final de Otto e Mezzo ó el alivio de Giulietta cuando sus propios espíritus parecen madurar e invitarla a seguir adelante. En algún caso particular el protagonista, consciente de que su entorno actual jamás cambiará, se aleja de él para renovar su experiencia, como le sucede a Moraldo en I Vitelloni, cuando canjea seguridad tediosa por incógnitas nuevas. Algunos protagonistas fellinianos, sin embargo, se hallan atrapados en un estadio evolutivo y la experiencia parece no proporcionarles un aumento de conciencia. Es el caso de Augusto, el viejo timador sin solución de Il Bidone, o de Marcello, el periodista de La Dolce Vita que no desarrolla su vocación literaria, prefiriendo seguir a la deriva. También podría ser el caso de Giacomo Casanova, envejecido objeto de burla al final del film (el recuerdo de su propia juventud se ha congelado en la memoria), y el de los músicos de Prova d’orchestra, que después de la tragedia siguen inmersos en la misma dialéctica (hecho magistralmente expresado con el fundido final del film). En ocasiones la evolución/experiencia viene dada por factores naturales como el devenir de las estaciones (el joven Titta de Amarcord) ó el mundo onírico (todo La Città delle Donne no resulta ser más que un sueño del protagonista). En alguna rara ocasión la toma de conciencia se hace catártica para otros personajes (es el caso de Gelsomina, cuyo sacrificio, provocado por la desaparición de quien le reveló su propia conciencia, provoca a su vez la concienciación del instintivo Zampanò en La Strada). Finalmente, en E la nave va… quien toma conciencia de que se halla en el propio punto de partida es el propio espectador, de la mano del autor, cuando la cámara retrocede sobre los decorados y descubre todo el trucaje. Este salto súbito podría acoger una toma de conciencia extra por expansión/integración de dimensión.
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