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miércoles, 30 de enero de 2013

Crescendo


           Dada la muy extendida propensión de los humanos a anticipar el futuro (inicialmente por puras razones de supervivencia, aunque ahora tal proceder ya se ha cronificado) se hace muy fácil provocar el pánico contando con tal implicación psicológica. En música, un calculado crescendo orquestal puede provocar más angustia que el fortísimo más súbito, ya que aunque éste puede generar una buena descarga de adrenalina que desciende rápidamente (el susto, como en la Sinfonía de la Sorpresa de Haydn), el primer fenómeno cuenta con el generador de angustia más eficaz: uno mismo. Si en vez de a un fenómeno acústico aplicamos este principio a una situación histórica tenemos un poco un retrato de lo que nos sucede en la actualidad. La crisis del sistema da miedo, pero lo que más miedo da es la imaginación desbocada, la incertidumbre sobre el futuro. Lo que angustia del crescendo es que no sabemos realmente hasta qué nivel asciende antes de terminar. No como en el caso del meticulosamente preparado y laboriosamente orquestado Bolero de Ravel (que asciende hasta la famosa modulación para entonces acabar), sino más bien como en el caso de un redoble de gong y platillos que comienza casi inaudible y crece inexorablemente durante unuos instantes que no parecen tener fin, como en el caso de muchos finales de Messiaen (aunque, a diferencia de nuestro contexto actual, muchos de los redobles de Messiaen destilan alegría).

domingo, 20 de enero de 2013

Estética Trascendental



                        Con cada emergencia de una nueva estructura de conciencia, pero también de una cosmovisión, ó simplemente de un paradigma, se abren también a la mente dos elementos básicos de la cognición: por un lado el conjunto que contiene tanto las estructuras (objetos y procesos) como las funciones del nuevo mundo emergente (el “espacio”) y por otro lado el sentido de cambio; la evolución de dichas estructuras (el “tiempo”). Para las percepciones más simples y primitivas -las que nos acercan al mundo de la fisiosfera- los elementos que emergen son lo que habitualmente llamamos espacio y tiempo físicos. Pero el espacio y el tiempo físicos, contrariamente a lo que la revolución newtoniana y la Ilustración podían llegar a creer, no constituyen tampoco una categoría per se. Bastan nuevas cosmovisiones del mundo físico –las que trajeron las revoluciones del S XX en la Física- para modificar tales elementos. Lo mismo sucede con cualquier área de pensamiento. Y cuando definimos (o, mejor dicho, cuando se nos aparece) un nuevo espacio (es decir, un nuevo mundo), tendemos siempre a absolutizarlo; de alguna manera queremos que el espacio cartografiado corresponda al de un todo al que llamamos a veces universo, palabra cuya etimología –omnicontinente- recuerda lo que acabo de apuntar.

viernes, 11 de enero de 2013

Bosones


                   Cuando –siguiendo nuestro instinto ancestral- nos aferramos a la idea de que el conocimiento humano es una propiedad acumulativa y que la historia de la ciencia se puede reducir a la historia de los descubrimientos llegamos, en un lapso de tiempo más o menos largo, a la situación del hamster dando vueltas a la noria de su jaula (lo que en humanidades se conoce con el nombre de postmodernidad). ¿Otro ejemplo clarísimo de ello?: el culebrón periodístico organizado alrededor del bosón de Higgs, la famosa “partícula de Dios”. Seguimos obsesionados con la identificación de una partícula fundamental que lo explique todo (mediante un proceso reduccionista que se asemejaría a un salto en el vacío a oscuras). El término “fundamentalismo”, aunque se refiera a algo en un contexto muy diferente al que describo, estaría ciertamente un poco relacionado con esta obsesión, residuo en primer lugar de la filosofía de Parménides y también, obviamente, de los atomistas griegos. Cuando rastreamos cada vez con “lupas” (me refiero, claro está, a métodos que nada tienen que ver con la óptica) más potentes nos encontramos “respuestas” a nuestras preguntas que denotan niveles de organización crecientemente profundos, y este ordenamiento de jerarquías u holones no tiene fin. En estos niveles holoárquicos, además, el sentido del “espacio” que tenemos en la vida ordinaria, ha desaparecido por completo (Heisenberg, De Broglie). Todavía buscamos los ladrillos primigenios, y nos encontramos solamente con una gradación infinita de organizaciones jerárquicas. La partícula fundamental, en pocas palabras, no existe. Lo único fundamental es el patrón holoárquico. Procesos, patrones, sistemas: he aquí el polinomio del paradigma científico del futuro próximo.