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viernes, 11 de enero de 2013

Bosones


                   Cuando –siguiendo nuestro instinto ancestral- nos aferramos a la idea de que el conocimiento humano es una propiedad acumulativa y que la historia de la ciencia se puede reducir a la historia de los descubrimientos llegamos, en un lapso de tiempo más o menos largo, a la situación del hamster dando vueltas a la noria de su jaula (lo que en humanidades se conoce con el nombre de postmodernidad). ¿Otro ejemplo clarísimo de ello?: el culebrón periodístico organizado alrededor del bosón de Higgs, la famosa “partícula de Dios”. Seguimos obsesionados con la identificación de una partícula fundamental que lo explique todo (mediante un proceso reduccionista que se asemejaría a un salto en el vacío a oscuras). El término “fundamentalismo”, aunque se refiera a algo en un contexto muy diferente al que describo, estaría ciertamente un poco relacionado con esta obsesión, residuo en primer lugar de la filosofía de Parménides y también, obviamente, de los atomistas griegos. Cuando rastreamos cada vez con “lupas” (me refiero, claro está, a métodos que nada tienen que ver con la óptica) más potentes nos encontramos “respuestas” a nuestras preguntas que denotan niveles de organización crecientemente profundos, y este ordenamiento de jerarquías u holones no tiene fin. En estos niveles holoárquicos, además, el sentido del “espacio” que tenemos en la vida ordinaria, ha desaparecido por completo (Heisenberg, De Broglie). Todavía buscamos los ladrillos primigenios, y nos encontramos solamente con una gradación infinita de organizaciones jerárquicas. La partícula fundamental, en pocas palabras, no existe. Lo único fundamental es el patrón holoárquico. Procesos, patrones, sistemas: he aquí el polinomio del paradigma científico del futuro próximo.

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