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viernes, 24 de mayo de 2013

Operas III - Die Meistersinger von Nürnberg


                    La gran crítica que se hizo desde el principio a la obra de Wagner no estuvo basada tanto en el carácter innovador de la música o de la forma de recitativo continuo. Estuvo –y está- basada en las características particularmente antiteatrales –según el modo occidental- de alguna de sus obras. En Verdi acción interior y acción exterior corren siempre parejas, mientras que en Wagner se produce en muchas ocasiones un divorcio. Y este divorcio se ve propiciado por la falta de acción interior propiamente dicha. Los personajes, más que evolucionar dramáticamente, se destapan; se nos revelan –y se revelan a sí mismos- progresivamente. El camino de Tristán e Isolda pasa desde el desprecio hasta la autoinmolación sin que medie externamente ninguna circunstancia que conlleve una experiencia. Únicamente el anecdótico filtro del amor –es decir, un filtro de origen mágico- se cruza en su camino. Por eso el hechizo de Tristán nace del anhelo por des-ocultar, anhelo expresado por la ambigüedad de una música genial que ocupa un lugar único en la historia del teatro musical y que da pie a buena parte de los constructos freudianos. En Parsifal el eje del camino todavía se hace más patente y a la vez más cercano a la vía del crecimiento interior. Incluso se atisba una primera ojeada hacia la a-espacialidad y a-temporalidad, que el arte del S XX quiso explicar unos años adelante (aunque sería desde un punto de vista más trans-racional; la ópera de Wagner todavía está inmersa en un mar de pre-racionalidad romantizante). Pero hoy no hablaré de los geniales Tristán y Parsifal sino de los más terrenales Maestros Cantores de Nüremberg. ¿Cuál es en realidad el tema de fondo de los Meistersinger? ¿La pugna artística entre lo nuevo y lo viejo? ¿La experiencia de la vida? Sin duda, es una comedia con un amplio mensaje. Como toda comedia, contiene un villano, Sixtus Beckmesser, al que queremos ver derrotado porque es un falso poeta, un poeta-funcionario, y encima tiene aspiraciones para con la mano de la joven heroína Eva Pogner. Su contrapartida, el joven Walter von Stolzing, es un poeta verdadero que encaja naturalmente con Eva, pero que también nos acaba cayendo un poco gordo debido a su impetuosidad, desdén y exceso de autoconfianza, aunque estas tres cualidades son perdonables en la juventud, por la falta de experiencia. Llegamos así al personaje central de la obra: el poeta-zapatero –pero ante todo sabio equilibrado- Hans Sachs. Sachs comprende las razones de sus burgueses colegas, intuye el genio innovador del joven Stolzing e incluso se siente atraído por la bella Eva. Y en todas las situaciones se muestra exquisitamente maduro (¡qué pocos personajes en la historia de la ópera se muestran exquisitamente maduros!) y hace lo que debe de hacer, para satisfacción general. Ante una obra tan completa, redonda y contundente (por duración, acción y organicidad) sólo cabe preguntarnos, cuando finaliza, qué hay más allá de su propio universo; a qué se dedicarán los descendientes de Walter y Eva: serán poetas, banqueros o políticos? Pero esto ya se halla fuera de los límites de la obra.

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