El fenómeno del chivo expiatorio, que en alguna ocasión ya he tratado-, representa
un residuo de pensamiento mágico
presente y vivo en numerosas manifestaciones de la sociedad. Los residuos de
pensamiento mágico y mítico no son peligrosos (son incluso necesarios) si no se los mezcla con elementos
propios de estructuras más evolucionadas (como el integrismo islamista y las
bombas atómicas). El chivo expiatorio es el objeto “externo” sobre el que
proyectamos todo cuanto nos molesta, todo cuanto nos contamina. Una vez segregado
el “mal” de nosotros mismos no hay más que destruir al objeto sobre el que
hemos depositado nuestros contaminantes. Cuando observamos ciertos
comportamientos en los menores que no son nuestros nuestra mente genera automáticamente
la solución del chivo expiatorio: “la culpa la tienen los padres, que
consienten demasiado a los hijos”. Lo mismo sucede cuando vemos una persona
obesa: “la culpa la tiene esa persona, que no sabe hacer régimen y no quiere
hacer deporte”. Si observamos atentamente, nuestro comportamiento viene
generado por un deseo de alejar una idea prejuzgada de nuestra conciencia más
epidérmica. Dentro de poco tendré una revisión médica en mi centro de trabajo,
que consiste en un gran interrogatorio seguido de cuatro pruebas elementales. Cuando
me pregunten si bebo vino me guardaré mucho de contestar que, de vez en cuando,
tomo menos de un cuarto de vaso con las comidas porque automáticamente aparecerá
en mi ficha la apostilla “bebedor habitual”. Esto es todavía peor que nuestras
apreciaciones sobre niños y gente obesa, porque está “científicamente”
refrendado por una sociedad sumida en la demencia. La consecuencia del chivo
expiatorio está clara: frente a una dolencia futura, no seré atendido clínicamente
porque “me la habré buscado yo”. Curiosamente, ésta es la respuesta clásica de
los sanadores new age, o sea que los
extremos se vuelven a tocar. La cosa se puede hacer llegar hasta límites
orwellianos, con el consabido mapeado genético y la advertencia de las posibilidades
de desarrollar tal o cual dolencia. Pero tranquilos porque todo sistema que
pierde los drivers que lo mantienen
acaba desintegrándose. O, como dice el refrán, no hay mal que cien años dure.
2 comentarios:
Fratello,
si, en lugar de soltar la sentencia condenatoria con facilidad pasmosa, nos pusiésemos en el lugar del otro, estoy convencido de que veríamos las cosas de otra manera. ¡Qué sencillo es criticar a los padres que acaban de soltar un bofetón al hijo en plena rabieta, o al cuidador que vocifera al abuelo en su silla de ruedas! En estos casos, ¿quién se pregunta que el niño no atiende a razones y quiere seguir poniéndose perdido con el agua de la fuente, o que el anciano sigue en sus trece esgrimiendo su bastón para alcanzar a la temeraria paloma de turno que se le pone a tiro? Generalizar no es bueno, pero reflexionar antes de emitir una opinión siempre lo es.
fp
fratello,
Cuanta razón tienes!
fp
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