Quien haya tenido la paciencia de seguirme hasta aquí en estos casi ocho
años (¡gracias!) se habrá más que percatado fácilmente de mis preferencias
vitales en los diversos campos que despiertan mi interés. O, mejor dicho, habrá
incluso sabido extraer la esencia común a todas ellas, independientemente de su
ámbito de aplicación. La idea básica que percola a lo largo de todo el blog es
la de evolución; ése sería
precisamente el término que utilizaría si tuviera que resumir las casi
quinientas entradas en una sola palabra. Evolución como proceso ampliador de las
usuales percepciones reificadoras, atomizadoras, de los simples mecanos
moleculares y que da paso a las percepciones de proceso. Proceso que va desde
la fábrica primigenia de las estrellas generatriz de la geosfera hasta la
organización prebiótica, el paso a la biosfera y su desarrollo con la creciente
complejización cibernética hasta la emergencia de la noosfera, de la conciencia,
que empieza por la percepción del yo (ese strangeloop tan particular y tan sólidamente asentado que impide, a su vez, el desarrollo
ulterior de la propia conciencia trans-personal) y sigue todavía su camino
hasta la conciencia de segundo orden (la conciencia de ser conscientes) y aun,
en contados casos, mucho más allá. También he insistido en el tema de la
evolución –tanto histórica-social como personal-piagetiana- de las estructuras
de conocimiento, desde la más arcaica hasta las transracionales, pasando por la
mágica, la mítica y la racional. Estas estructuras han afectado a la carga
cultural que cada época histórica ha generado, tanto en el campo de las
ciencias como en el de las artes y el del pensamiento. Mondes neufs, constructions ou démolitions, vous m’ donnez des visions,
reza un verso de una canción de Ch.Trenet, y nada más apropiado para
percatarnos de que, para poder avanzar en nuestra posición de conciencia, es
preciso saber en donde nos encontramos. Es decir, relativizar nuestras
coordenadas mentales y reconocer que estamos sometidos a unos paradigmas que
pueden evolucionar. Como la yoidad, que una vez instalada cuesta mucho de
superar (se trata de un bucle cibernético muy estable y que nos permite nada
menos que sobrevivir), la racionalidad, con su proyección externalizante de
toda perspectiva, proporciona un parecido estancamiento. No se trata de
abandonar la racionalidad (como tampoco se trata de abandonar la yoidad) sino
simplemente de confinarlas a un caso particular de un todo mucho más amplio. La
yoidad esclerotizada conduce a la otredad, zona en donde se tiende a acumular
todos los desechos (políticos, banqueros, seguidores del equipo contrario, es
decir, todos los “malos” de la película) mientras que la racionalidad
esclerotizada conduce a la más aberrante forma de fragmentación dualista en
cualquier ámbito del pensamiento, por simple que sea.
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