Está claro que nuestro
sentido más primitivo es el del olfato. Primitivo en cuanto nos remite a
nuestra animalidad, a nuestro mundo más instintivo. La magdalena de Proust, el
sentido evocador de un perfume, los olores y sabores de la cocina familiar de
la madre o la abuela dan fe de ello. Nadie se sorprende con la actualización de
una evocación visual o sonora del pasado, cosa contraria a lo que sucede con
las evocaciones olfactivas, mucho más etéreas, intangibles y que se nos
aparecen más ligadas a un pasado que dudamos si soñado o vivido. Sin embargo, y
como todos los sentidos, nuestro olfato se halla fuertemente subyugado a
nuestra mente. Es nuestra mente la que establece el paradigma que luego modula
nuestra percepción. La repugnancia o atracción hacia determinados olores viene
en buena parte condicionada por nuestros recuerdos y nuestros hábitos culturales.
Prueba de ello es la diferente actitud que ofrecemos a la presencia de un mismo
agente odorífero en diferentes contextos. Los ácidos butírico y valeriánico obtienen
en nosotros muy diferente respuesta dependiendo si provienen del aroma de
odoríferos quesos o de unos pies poco lavados. Algo parecido sucede con el
3-metilindol (también llamado escatol), compuesto presente en numerosos
perfumes, así como en los aceites esenciales de jazmín y flor de azahar, y que
paradójicamente es uno de los principales responsables del fuerte olor de las
heces de los mamíferos. Un último ejemplo: los compuestos azufrados que otorgan
a las crucíferas su característico olor cuando son hervidas para elaborar
apetitosos caldos y que ofenden nuestras narices mientras los cocinamos o
cuando alguna ventosidad se escapa en nuestras inmediaciones.
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lunes, 28 de abril de 2014
miércoles, 23 de abril de 2014
Despegues
En alguna ocasión he hablado de los contornos
de las obras de arte como fuente de información sobre su naturaleza profunda.
Los contornos temporales de las artes chroniques
(música, dramaturgia, danza, cinematografía) y, más concretamente, sus
segmentos finales, suelen mostrar una gran diferenciación que nos revela gran
parte de su etología. Cada época ha presentado unos rasgos característicos de
contornos. Las piezas musicales barrocas finalizan sin gran anuncio previo.
Simplemente un mínimo ritardando para indicar que la cuerda del reloj se acaba.
Se detienen y ya está. Son, en cierta manera, retrogradables –como las leyes de
Newton, que no contienen la noción de irreversibilidad-. El clasicismo musical
vienés, con su equilibrio entre simetrías y emociones, anuncia de manera mucho
más explícita que el final se aproxima, y con ello concluye cosas que se habían
enunciado previamente, resuelve nudos anteriormente planteados. En el Romanticismo
las piezas mueren por extinción, sea en su forma íntima-tísica ó en su variante
épico-redentora. La característica de estos finales, antes que la de ser separadores
ó resolutivos, es siempre la catarsis ó
la consumación (el segundo principio de la Termodinámica, la irreversibilidad).
En la primera mitad del S XX los finales muestran simultáneamente características
de épocas anteriores (el neoclasicismo insiste en la reversibilidad del tiempo,
mientras que el dodecafonismo/serialismo incluye la retrogradación de la serie
como parte del universo isótropo que ella misma autoconfigura) mientras que en su segunda
mitad el aperspectivismo se abre camino y las obras musicales, en muchos casos,
más que acabar, cesan de hacérsenos presentes. Más que detenerse, resolverse,
morir ó finalizar, dejan de ser percibidas. Bajo esta perspectiva, una vez más
el clasicismo vienés da muestras de situarse en una posición de equilibrio y de
disfrutar de una máxima organicidad, característica ésta que también afecta a
sus contornos. Algunas secciones finales de determinadas piezas de este período
poseen una característica adicional. Al igual que un avión, en su despegue,
llega a un punto de no-marcha-atrás a partir del cual, por limitaciones en la
longitud de la pista, debe de despegar obligatoriamente, lo mismo sucede cuando
el final se hace inevitable en alguna pieza musical. Lo que describo es una sensación
subjetiva, naturalmente, pero una sensación que me acompaña cada vez que oigo
la obertura Leonora III (minuto 15:20, tras superar el acorde de sexta menor; el
despegue efectivo tras el redoble de timbal es más que perfecto), la SinfoníaJúpiter (minuto 40:14, tras la resolución del extraordinario contrapunto que
culmina la obra, con un despegue fácil y ligero). En ambos casos se da una
calculadísima muestra de dominio de la dinámica musical, estando el momento
de “despegue” de acuerdo con el “peso”.
En obras posteriores en la historia de la música (Mahler, Strauss, pero también
Brahms) el final acontece de forma no-orgánica, como un simple añadido, aunque
éste sea aparatosa culminación (los dos primeros) ó tímida desaparición (el
tercero). Sólo los grandes clásicos vieneses sabían “despegar” elegantemente y sin
peligro. Detalle final: Schubert, en algunas de sus primeras canciones
(Gretchën am Spinnrade, Der Erlkönig)
inicia la fase de no vuelta atrás, después parece despegar pero
finalmente aborta el despegue: se trataba sólo de una culminación inconclusa
que en realidad conducía a otro lugar en el segundo caso o permanecía estático
en el primero.
sábado, 12 de abril de 2014
Besugos
-Le dejé el
mensaje telefónico para anunciarle la emisión de un nuevo producto muy
competitivo que creemos que tendrá mucha aceptación y no queríamos que usted,
como cliente preferente, se viera privado de sus ventajas.
-Y en qué consiste tal maravilla?
-Bien, se trata de un producto complejo que recoge fondos de estupidez,
bonos de inmoralidad, obligaciones de narcisismo, letras de inconsciencia y,
además, un paquete de acciones diversificadas: egolatría, exhibicionismo,
indecencia, crimenes en general, regresiones en particular...
-Pero todo esto no puede crecer indefinidamente!
-Fíjese que siempre le estoy hablando del corto plazo. Tenemos bonos de
sabiduría y fondos de evolución consciente, así como algunas acciones de resiliencia
y ética, pero no se los recomiendo si lo que quiere son rendimientos
inmediatos. Es más, estos productos, por sus características, no pueden estar
garantizados.
-¿Pero por qué?
-Pues simplemente porque tal como va todo, igual no se llega al estado de
cosas al que se podría acceder de forma natural porque antes lo enviamos todo
al carajo.
-Al carajo?
-A la mierda, vamos.
-Que me dice!
-Y lo peor es que no habrá mierda para todos...
-Es que yo no quiero especular, sabe? Lo único que quiero es que guarden mi
dinero, es decir, mi seguridad material, para que yo pueda ir administrándolo a
medida que lo necesite.
-Tranquilo, que ésa es nuestra habilidad.
-El problema de ustedes es que tienen tanta habilidad que acaban robándonos
en una tarde todo lo que unos cuantos hemos sudado durante años.
-No, oiga, es que los mercados…
-¡A la mierda los mercados, a la mierda la opulencia, a la mierda los
parásitos y a la mierda todo!¡Saco todo mi dinero de aquí!
-Eso es imposible, y usted lo sabe…
-¿Imposible?¡Ya lo veremos!
-Su dinero real ha sido ya volatilizado, siguiendo un camino opuesto al del
segundo principio de la termodinámica. Se ha generado con él una estructura
disipativa…
-Sabe usted mucho de física…
-Es que tengo diversos postdoctorados pero me gano la vida –hasta que un
ERE me atrape- en la banca, engañando a la gente.
-No se avergüence, hombre. Otros se ganan la vida engañando en otros
lugares, ONGs, y centros de ayuda incluídos. El problema se sistematiza desde
el momento en que te empiezas a engañar a ti mismo.
-No he llegado a tal punto aún.
-¿Está usted seguro?
-........................
-¿Y qué le atrae de su puesto de trabajo?
-Pues la volatilidad de los mercados, el éxtasis de las OPAs hostiles, la
erótica de la especulación pura…
-Y ¿no se avergüenza de todo eso?
-¿Por qué tendría que hacerlo?
-Porque el dinero no deja de ser el excremento del diablo…
-Oiga, también puede ser un bien social y ayudar a progresar a la gente. ¿O
acaso la procrastinación, el onanismo y el narcisismo New Age no son también
excrementos del diablo?
-Es que yo, en este tema, me considero taoísta.
-Pues piense que los calvinistas también tienen su tasa de razón.
-Sí, pero cuando Gaia se cabree y pase de su situación estable A a su
situación estable B, el calor sofocante y la crecida de las aguas afectarán
igual a unos que a otros.
-Yo creo que afectarán más a los hinduistas ribereños y a los musulmanes en
zona cálida…
-Sí, y también a los Amish, anabaptistas y cuáqueros…
-Oiga, que tengo una reunión importante ¿Le interesa que le reserve una
cuota del nuevo porducto si o no?
-Digale a su jefe que no, que pienso desbaratarle una cuota de sus
objetivos anuales.
-Me alegro. Es un gran tirano.
-Pues no le lleve nunca la contraria. Usted simplemente déle cuerda, que él solo se
ahorcará.
-No crea: es más listo que eso.
-Una última pregunta:
-¡Última!
-¿Cree usted en todo esto?
-Creo y no creo, veo y no veo, siento y no siento.
-Es usted más taoísta que yo... ¡Bon voyage!
-¡Buenas tardes!
miércoles, 9 de abril de 2014
Vida
Leo en las noticias que un grupo internacional de bioquímicos ha logrado crear artificialmente un fragmento de cromosoma del hongo saccharomyces cerevisiae. El científico principal del equipo especulaba con la posibilidad de crear vida artificial, hecho que situaba en un hipotético futuro lejano. Imagino el revuelo que organizará tal posibilidad cuando llegue a ser real. En 1828 el químico Friedrich Wöhler sintetizó en el laboratorio la urea, un compuesto orgánico de estructura sencilla, a partir de compuestos inorgánicos. Hasta entonces se creía que en el laboratorio solamente era posible transformar los compuestos orgánicos, pero no orginarlos, posibilidad que únicamente se atribuía al ser vivo. El descubrimiento de Wöhler tuvo más importancia noética que técnica, porque derribó parcialmente el pensamiento vitalista. Veo un paralelo importante entre este caso y el que apuntaba al principio. La vida, tal como se la concibe actualmente, solamente se puede transmitir, no crear artificialmente. Sin embargo, no existe una limitación teórica que nos impida pensar lo contrario; solamente una cuestión tecnológica. La vida en la Tierra se originó a partir de compuestos orgánicos no vivos, lo único es que necesitó unos 2500 millones de años para emerger. Emergencia es la palabra adecuada, ya que la biosfera apareció de la ordenación y sistematización de la geosfera, de la misma manera que la noosfera apareció posteriormente a partir de la biosfera. Cada nueva holoarquía, por tanto, dio lugar a alguna propiedad emergente que no existía en forma explícita en ninguno de los componentes previos. Y es que los sistemas no son conjuntos de cosas sino conjuntos orgánicos de relaciones embucladas.
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