En alguna ocasión he hablado de los contornos
de las obras de arte como fuente de información sobre su naturaleza profunda.
Los contornos temporales de las artes chroniques
(música, dramaturgia, danza, cinematografía) y, más concretamente, sus
segmentos finales, suelen mostrar una gran diferenciación que nos revela gran
parte de su etología. Cada época ha presentado unos rasgos característicos de
contornos. Las piezas musicales barrocas finalizan sin gran anuncio previo.
Simplemente un mínimo ritardando para indicar que la cuerda del reloj se acaba.
Se detienen y ya está. Son, en cierta manera, retrogradables –como las leyes de
Newton, que no contienen la noción de irreversibilidad-. El clasicismo musical
vienés, con su equilibrio entre simetrías y emociones, anuncia de manera mucho
más explícita que el final se aproxima, y con ello concluye cosas que se habían
enunciado previamente, resuelve nudos anteriormente planteados. En el Romanticismo
las piezas mueren por extinción, sea en su forma íntima-tísica ó en su variante
épico-redentora. La característica de estos finales, antes que la de ser separadores
ó resolutivos, es siempre la catarsis ó
la consumación (el segundo principio de la Termodinámica, la irreversibilidad).
En la primera mitad del S XX los finales muestran simultáneamente características
de épocas anteriores (el neoclasicismo insiste en la reversibilidad del tiempo,
mientras que el dodecafonismo/serialismo incluye la retrogradación de la serie
como parte del universo isótropo que ella misma autoconfigura) mientras que en su segunda
mitad el aperspectivismo se abre camino y las obras musicales, en muchos casos,
más que acabar, cesan de hacérsenos presentes. Más que detenerse, resolverse,
morir ó finalizar, dejan de ser percibidas. Bajo esta perspectiva, una vez más
el clasicismo vienés da muestras de situarse en una posición de equilibrio y de
disfrutar de una máxima organicidad, característica ésta que también afecta a
sus contornos. Algunas secciones finales de determinadas piezas de este período
poseen una característica adicional. Al igual que un avión, en su despegue,
llega a un punto de no-marcha-atrás a partir del cual, por limitaciones en la
longitud de la pista, debe de despegar obligatoriamente, lo mismo sucede cuando
el final se hace inevitable en alguna pieza musical. Lo que describo es una sensación
subjetiva, naturalmente, pero una sensación que me acompaña cada vez que oigo
la obertura Leonora III (minuto 15:20, tras superar el acorde de sexta menor; el
despegue efectivo tras el redoble de timbal es más que perfecto), la SinfoníaJúpiter (minuto 40:14, tras la resolución del extraordinario contrapunto que
culmina la obra, con un despegue fácil y ligero). En ambos casos se da una
calculadísima muestra de dominio de la dinámica musical, estando el momento
de “despegue” de acuerdo con el “peso”.
En obras posteriores en la historia de la música (Mahler, Strauss, pero también
Brahms) el final acontece de forma no-orgánica, como un simple añadido, aunque
éste sea aparatosa culminación (los dos primeros) ó tímida desaparición (el
tercero). Sólo los grandes clásicos vieneses sabían “despegar” elegantemente y sin
peligro. Detalle final: Schubert, en algunas de sus primeras canciones
(Gretchën am Spinnrade, Der Erlkönig)
inicia la fase de no vuelta atrás, después parece despegar pero
finalmente aborta el despegue: se trataba sólo de una culminación inconclusa
que en realidad conducía a otro lugar en el segundo caso o permanecía estático
en el primero.
2 comentarios:
Hola Carles,
como en otras ocasiones, este post me ha parecido muy interesante y en él demuestras interés y curiosidad por la "naturaleza profunda" de las artes en general y de la música en particular. Como yo no puedo añadir ni cuestionar nada de lo que dices te recomiendo (modestamente) un libro que he leído hace algunos meses y que creo que te puede interesar:
Eric Rohmer: Ensayo sobre la noción de
profundidad en la música
De Mozart en Beethoven
Ediciones Ârdora
El autor expresa sus opiniones de una manera muy personal y con total libertad, haciendo continuas referencias a la Filosofía y también a la Pintura. Yo no tengo ni formación filosófica ni pictórica pero he disfrutado mucho leyéndolo.
Las versiones musicales que ilustran tu post me parecen (como siempre) excelentes. Si me permites una sugerencia dale un vistazo a la versión de "Der Erlkönig" de Jessye Norman que hay en Youtube. No es una actuación convencional però creo que merece la pena.
Gràcies i salutacions.
Filo
Hola Filo,
El libro de Rohmer lo leí hace años, y recuerdo que no era fácil de seguir. Lo volveré a ojear!
La versión de J.Norman me parece magnífica!!
Gràcies de nou pel teu seguiment i les teves recomanacions!
Carles
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