Tenemos
una tendencia bastante generalizada a definirnos a través de nuestras
desidentificaciones más que a través de nuestros gustos. La autodelimitación
que marcamos así de nuestro yo quizás
sea parecida a la que trazaríamos describiendo nuestras identificaciones pero
la energía que consteliza esta frontera es diferente. Cuando hablamos de
nuestro terreno conocido o amical lo hacemos con mucho gusto, como quien
presenta a un miembro distinguido de su familia a unos amigos. Cuando, por el
contrario, negamos cualquier relación con lo que nos es desconocido, añadimos
una especie de gusto por el disgusto, subrayando así nuestra desidentificación.
Y ello constituye todo un programa de vida. Si habláramos de lo que nos es
ajeno o desconocido en términos de misterio, expectación o proyecto de futuro dejaríamos
una puerta abierta al crecimiento, a la ampliación de límites. Cuando alguien
dice “yo no como tal alimento porque en mi casa nunca se había comido” no se da
cuenta de que muchos antepasados suyos rompieron esa regla, so pena de haberlo
condenado a una alimentación muy limitada. En muchas ocasiones este tipo de
frase se enuncia en plural (“nosotros nunca ….”), buscando en el corporativismo
una especie de mítica protección del clan o la tribu. En nombre del crecimiento
interior, la identificación oceánica y la ecología de las ideas es mejor
definirse dejando abiertos nuestros límites (que son y siempre serán relativos,
y de nosotros mismos dependerá su situación). De otra forma, corresmos el
riesgo de atrofiarnos.
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viernes, 30 de mayo de 2014
viernes, 23 de mayo de 2014
Elecciones
La ahora ya pasada campaña electoral para las elecciones europeas ha puesto de
manifiesto una vez más lo que todos ya sabemos: el agotamiento de una forma de
pensar y hacer. Todos los candidatos locales han mostrado una limitaciones
importantes en su discurso, que se ha convertido en un mensaje para niños de
ocho años. Ya sé que ahora la mayor parte de las manifestaciones culturales,
sociales y políticas se programan pensando en audiencias de tal nivel de
desarrollo, pero lo preocupante es que cada vez se hace con más impunidad. Un
programa político, en una democracia, no puede estar resumido en un bonito slogan, una idea inciertamente mítica o
una receta de magia populista. Durante las dos últimas décadas los
correspondientes gobiernos españoles han estado más preocupados por la imagen,
por las apariencias sobre su cortijil estado, que sobre su coherencia interna. Así,
las preocupaciones sobre la educación en las altas esferas del poder público se
han centrado en los resultados de los informes PISA y similares. Las
preocupaciones sobre el nivel de desarrollo general de la población, hecho
básico para el funcionamiento orgánico y sostenido de una sociedad, han
parecido ir, tristemente, en sentido contrario: cuanto menos desarrollo,
criterio y madurez presenten el grueso de las poblaciones más manipulables
resultarán y, por ende, más perpetuación del miserable cortijo que hace ya
muchos años creíamos liquidado. Yo soy el primero en sostener que los políticos
no son más que una muestra de la sociedad en que están inseridos, pero en
ocasiones me pregunto por el sesgo que representan. Cuando la sociedad pierde
los drivers que mantienen
negativamente acoplados sus bucles y, de esta manera, la estabilizan, los
individuos que surgen en los cargos de mayor responsabilidad pública y
privada se nos aparecen demasiado a menudo como los menos preparados, los más
chaqueteros, los que presentan menos escrúpulos, los más manipulables, los más
corrompibles, los más trepadores. En este punto deberíamos revisitar todos los
conceptos y clasificaciones que usamos en estas lides, empezando por las
autodefiniciones que en forma de narrativa esgrimen los partidos sobre los
conceptos de derechas e izquierdas. En la mente de muchos estas
clasificaciones siguen siendo las que utilizaba el siglo XIX. ¿Cuál es, hoy en
día, las verdaderas señas de identidad de “la derecha” y “la izquierda”? No
pueden ser ya las de la modernidad ni las de la sociedad industrial. Todo eso,
queramos o no, ya pertenece a otra época. En lo tocante a los temas de justicia
social, hemos llegado tristemente a la tesis que Berlanga propugna en Plácido: ‘los ricos son unos cabrones, y
los pobres, también’. Desde mi humilde punto de vista hoy en día lo que la izquierda
debe de propugnar, pero en serio, es la idea de una renovación de pensamiento y
acción basados en la nueva era: la ecosostenibilidad en todos sus aspectos:
económico, social, natural. El burdo mensaje verde que los partidos de
izquierda llevan hoy día asociado es útil para una charla de sobremesa de
amigos exhippies pero a todas luces insuficiente como programa político.
Mientras tanto las derechas aprovechan esta falta de definición real para
perpetuar la agonía de nuestro agotado sistema socio-económico.
miércoles, 14 de mayo de 2014
Desorden
Una parte de
lo que conocemos como la experiencia se basa en hechos que nos han sucedido
–individual y colectivamente- y que podemos guardar, de forma cualitativa, en
la memoria, o de los cuales podemos extraer una ley, un patrón de repetición, y
abstraer así una fórmula que nos indique cómo avanzar por el siguiente tramo
del camino. Una diferencia importante entre ambos modus operandi estriba en que el primero de ellos mantiene vivos
los hechos que consteliza y que inspira, mientras que el segundo cae fácilmente
presa del cliché (nuestra habitual pereza mental tiene una parte importante de la
culpa) y se transforma en un fantasma que se aleja rápidamente de la realidad a
no ser que lo revisemos continuamente. El segundo modus operandi, no hace falta
decirlo, es el de la “racionalidad irracional”. De acuerdo con el modelogebseriano de evolución cognitiva, las estructuras de conocimiento atraviesan
por varias fases desde que aparecen hasta que son integradas y se hacen
“transparentes”. La última fase es la que Gebser llama “defectiva” y en ella la
estructura, en vez de abrirse camino hacia la nueva perspectiva que codifica, lo
bloquea, dificultando el paso a la nueva estructura que sigue en la evolución.
La “racionalidad irracional” corresponde claramente a este tipo de período
defectivo. Nuestro presente entorno se ha hecho extremadamente agobiante ya que
miremos donde miremos nos encontramos cajas, dualismos y etiquetas. Este orden
forzado nos está llevando únicamente a la atrofia. Como en los procesos físicos
(el nacimiento de una estrella) y biológicos (la aparición de hipercicloscatalíticos y, subsecuentemente, de vida en un planeta) el orden que dirige la
evolución exige una cuota importante de desorden para aparecer. El orden
forzado es estéril. Nuestras presuntas consignas-para-vivir-bien-felices-y-de-acuerdo-con-las-verdades-de-la-ciencia
no pueden llevar a ningún sitio porque ya nacen muertas.
domingo, 4 de mayo de 2014
Zoomorfismo
Stravinsky nos
explica como en una ocasión, en un salón parisino en las primeras décadas del S
XX, la distinguida anfitriona se empeñó en jugar al juego de las asociaciones
entre personas y animales. Ella misma propuso los primeros ejemplos:
Stravinsky/zorro; Diaghilew/erizo. Cuando la dama preguntó a Nijinsky sobre su
zoófila correspondencia, el bailarín, sin pensárselo dos veces y para horror de
la concurrencia, soltó: -Vous, Madame?
Chameau! (la señora en cuestión exhibía una pequeña joroba). De vez en
cuando todos hemos asociado, consciente o inconscientemente, una persona con
determinado animal. Y esta asociación funciona desde un punto de vista
intuitivo, analítico o puramente simpático. Existen personas que cuando caminan
se asemejan a un pajarillo, una ardilla o un elefante, otras cuyas caras nos
recuerdan las de un felino, una ave depredadora o un tierno osito. Por un lado
la asociación resulta en un condicionante que modula nuestra interacción con
aquella persona. Por otro lado parece que en numerosas ocasiones se da la
correspondencia entre alguna cualidad atribuída al animal y la personalidad del
humano. Nuestra navegación habitual utiliza un instrumento, que en muchas
ocasiones se equivoca, que emplea de forma intuitiva este tipo de asociación.
Creemos conocer a alguien a quien vemos por vez primera simplemente observando
su fisonomía, su complexión y su estilo de vestido y calzado. Incluso se puede
desarrollar en nosotros una simpatía o antipatía instantáneas hacia tal
personaje, que reflejan mayoritariamente nuestra posible compatibilidad o
incompatibilidad de carácter tal como lo percibimos de forma gestáltica. Si
tenemos ocasión de conocer más a fondo a
aquella persona entramos en contacto con zonas menos evidentes de su
personalidad, y la simpatía/rechazo iniciales quedan modulados mientras
observamos más de cerca la siempre compleja personalidad humana. El
choque/simpatía iniciales, por eso, siempre están presentes y nos recuerdan
nuestra impronta y nuestras apreciaciones que han quedado subsumidas por un
proceso evolutivo ulterior.
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